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941 2º Diciembre 2011

Yo soy Nepomuceno Moreno
Nueva Revolución Mexicana

Luis Miguel Rionda

L
eón, Guanajuato.-
La participación ciudadana activa y libre es todavía una asignatura pendiente en nuestro país. Pero cada vez menos. Mucho se ha caminado desde que la sociedad civil mexicana se lanzó a las calles en los años ochenta para exigir sus derechos ante autoridades federales y locales que se acuartelaron detrás de muros de silencio, desprecio e incluso represión física o moral. La crisis económica de 1982 desbarrancó a la clase media nacional, que perdió sus ahorros en dólares y en pesos, y con ello vio reducida de manera dramática su calidad de vida, que no ha podido recuperarse en los siguientes 30 años.

(Por cierto, un estudio reciente de la UNAM señala que en 1982 con un jornal de salario mínimo se podían comprar 51 kilogramos de tortilla; en este año que acaba sólo se pueden adquirir 5.2 kilogramos. En cuanto al huevo, en 1982 se podían compran  8.5 kilos; en octubre pasado sólo alcanzaba para 3.3 kilos. Nota de Edgar Amigón en El Financiero en línea, 30/noviembre/2010.)

Los sismos de 1985 contribuyeron a romper el ánimo pasivo de la sociedad mexicana, y a cuestionar severamente la efectividad del viejo régimen. La respuesta ante la movilización cívica fue una mayor cerrazón por parte de la élite gobernante y al abuso de poder, que se evidenció en los lamentables comicios de 1988. Mientras tanto, la sociedad civil aprendía a defenderse y a movilizarse, sobre todo en las periferias nacionales (municipios y estados), pero sin desconocer que en el Distrito Federal emergía una nueva conciencia cívica. Los noventa fueron la década en la que los mexicanos aprendieron a plantarse frente al Estado nacional hegemónico, al que le arrancaron, poco a poco y a jirones, los espacios políticos y los derechos conculcados. El sistema hegemónico debió ceder ante una oposición cada vez más contundente, y ante nuevos actores sociales que propugnaron por una redefinición del pacto social.

Los años diez del nuevo siglo vieron la alternancia en el poder nacional, así como la apertura de nuevos canales para la participación. La vía electoral se desgastó, pero no así la movilización civil en torno a nuevos valores, como los derechos humanos, el ambientalismo, el multiculturalismo étnico, la justicia efectiva, la solidaridad social, la tolerancia ante la pluralidad, y la equidad de género. Este círculo virtuoso se vio interrumpido por la guerra contra el crimen organizado, donde el Estado nacional ha improvisado una estrategia accidentada que ha generado 50 mil víctimas mortales.

La participación cívica en México se encuentra en una clara línea ascendente. Tanto, que los movimientos sociales son ya capaces de sentar al Presidente de la República, el jefe del Estado mexicano, para negociar alternativas ante sus estrategias. Desgraciadamente, el Estado nacional ya no responde al viejo centralismo presidencial, y la feudalización del poder provoca reacciones particulares como el reciente asesinato del activista Nepomuceno Moreno, en Sonora, posible víctima de una corporación policiaca local.

En Guanajuato capital estamos conmemorando un año de la realización del primer plebiscito ciudadano en la historia de la entidad. La sociedad civil organizada rebasó a los partidos políticos y confrontó a un ayuntamiento obnubilado por la noción simplona del “progreso”. Miles de guanajuateños se manifestaron en las calles, ante el pasmo oficial que creyó seguir gobernando a dóciles súbditos desinformados. La autoridad, ingenua, creyó que con la realización de un plebiscito se legitimaría un proyecto impopular. Pensaron que con los votos del pueblo necesitado se le daría una lección a esos “catrines” y clase medieros gritones, que mejor defienden esos cerros lagartijeros antes que impulsar su “dignificación” mediante la varilla y el concreto, símbolos de progreso y civilización.

La sociedad mexicana se complejiza y se manifiesta en su multiplicidad de voces. Un tzenzontle cívico acrecienta su canto, y le impide a la autoridad —tan propensa a la sordera— ignorar sus reclamos. Sigue habiendo un costo a esa manifestación libre de las ideas; a veces un costo mortal, como lo vimos con don Nepomuceno, o con las docenas de periodistas exterminados por la delincuencia o por agentes del Estado. Pero nada puede ya detener esta nueva Revolución Mexicana.

Antropólogo social. Profesor investigador de la Universidad de Guanajuato, Campus León.
luis@rionda.netwww.luis.rionda.net - rionda.blogspot.com

 

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