Los movimientos universitarios en la década de los sesentas, I
Carlos Ruiz Cabrera
onterrey.- Bertrand Rusell, eminente filósofo e investigador en el campo de la lógica matemática, premio nobel de literatura en 1950, consideraba que la esencia del pensamiento anticientífico estriba en examinar a los objetos y fenómenos de la realidad en forma aislada.
Para no incurrir en semejante aberración, antes de referirnos al fenómeno social que nos ocupa —el de los movimientos universitarios en la década de los años sesenta— haremos breve alusión a la atmósfera mundial, nacional y regional que se respiraba en Monterrey en los años sesenta, la cual influyó de diversas maneras en el proceder de los estudiantes y trabajadores universitarios de la denominada “década luminosa de la juventud contestataria”.
La atmósfera mundial
Durante la década de los años sesenta, la humanidad padeció los efectos negativos derivados del enfrentamiento ideológico protagonizado por las dos grandes potencias representativas de los dos sistemas económicos de producción imperantes: el capitalista, abanderado por los Estados Unidos de América, y el socialista, acaudillado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, naciones que pretendían resolver sus contradicciones fundamentales por medio de las armas, atenidos en última instancia a sus respectivos poderes militares.
Tal enfrentamiento produjo diversos e importantes efectos a nivel internacional. He aquí cuatro de ellos.
En primer lugar, la carrera militar que llevó a los Estados Unidos y a la Unión Soviética a adoptar economías de guerra, lo que dejó cada vez más en la pobreza y el atraso a sus propios pueblos y a la mayoría de los países del mundo.
En segundo término, el alineamiento de los gobiernos del orbe tras esas dos potencias: los más prósperos o con regímenes dictatoriales, en torno a los Estados Unidos, y los más pobres, explotados o colonizados alrededor de la Unión Soviética.
En tercer lugar, la llamada “guerra fría”, estrategia con la que Estados Unidos combatió a la Unión Soviética, y bajo la cual se pretendió justificar todo: el anticomunismo, las dictaduras, las invasiones y los golpes de estado, sucesos que provocaron también numerosas guerras de liberación nacional y acercaron la posibilidad de un holocausto nuclear, cuando en 1962 el conflicto norteamericano-soviético tuvo como punto de disputa a Cuba, cuyo régimen revolucionario intentaba ser aniquilado por los Estados Unidos, una vez declaradas las tendencias socialistas de sus líderes, hecho que despertó un profundo sentimiento antinorteamericano entre los pueblos de Latinoamérica.
En cuarto término, el movimiento de protesta de la juventud en general, y de la juventud estudiantil en particular, que luchaba por cambiar todo el orden imperante.
Aquí es ineludible dirigir una mirada a los acontecimientos que convulsionaban la vida estadounidense y europea, sucesos en los cuales se involucró una parte considerable —la más progresista— de la juventud de esos días.
En Norteamérica, por ejemplo, para oponerse a la violencia racial provocada por grupos políticos y civiles pro-nazis; para apoyar la lucha por los derechos civiles de los negros, uno de cuyos líderes, Martin Luther King Jr., es asesinado; para respaldar el llamado “poder negro”, movimiento de los musulmanes negros que llaman a sus hermanos para no ir a pelear a Vietnam ni representar a Estados Unidos en las olimpiadas de México 68 —ejemplos de esta tendencia son el líder Malcolm X, también asesinado, el atleta John Carlos y el boxeador Cassius Clay—; para impulsar las incontenibles manifestaciones de protesta contra la guerra de Vietnam; para reprobar los asesinatos del presidente John Fitzgerald Kennedy y su hermano Robert; para, bajo la consigna de “amor y paz”, expresar su inconformidad asumiendo formas anticonvencionales de vestir y arreglarse, adoptar la canción de protesta y el rock and roll como expresiones de su rebeldía, apoderarse de diversas y afamadas universidades, propiciar los festivales musicales como el de Monterey Park y el de Woodstock, y experimentar el modo de vida de las comunidades hippies.
En tanto esos hechos sacuden a Norteamérica, Europa, Asia y África son cimbradas por los movimientos estudiantiles de Italia, Francia, Alemania, Inglaterra, España, y de otros países, incluso socialistas, como Checoeslovaquia —invadida por la Unión Soviética—, donde se pretendía construir un socialismo “con rostro humano”; también por la sangrienta “revolución cultural” de 1966 y la política de deshielo con respecto a Estados Unidos, llevadas a cabo por China bajo el régimen de Mao Tse Tung; además, por la guerra de los seis días entre Egipto e Israel, cuyos efectos aún perduran.
Desde otro ángulo, la de los sesentas es la década de los avances científicos logrados para producir alimentos a gran escala, para conocer el cuerpo humano y para realizar vuelos espaciales y explorar otros cuerpos celestes.
A la descripción anterior es indispensable agregar que es en el transcurso de esta década cuando se consolidan en el mundo los bloques económicos, políticos y militares; se vuelve cada vez más confuso el panorama monetario internacional al acentuarse la inflación en occidente, crearse los derechos especiales de giro y aumentarse las tasa de interés, y la economía de los países socialistas continúa involucionada, aislada del acontecer financiero internacional.
La atmósfera nacional
Inmerso en este contexto mundial e influido por él, México transitó por la década de los años sesenta en medio de grandes convulsiones.
Económicamente, porque ya resentía el agotamiento de su modelo económico conocido como “desarrollo estabilizador”, cuyos logros más pregonados —la “paz social” y la “unidad nacional”— irán perdiendo credibilidad durante los gobiernos de los presidentes Adolfo López Mateos, vigente hasta 1964, y Gustavo Díaz Ordaz.
No obstante sus aspectos positivos —la proyección de México en el exterior, la diversificación de sus relaciones comerciales y diplomáticas, su negativa a romper relaciones con Cuba cuando ésta es excluida de la Organización de Estados Americanos, la instauración de los libros de texto gratuitos y de un impuesto especial del 1% destinado a la educación—, no podemos olvidar que el gobierno del presidente López Mateos se empeñó en mantener la “paz social” a costa de reprimir los movimientos de los sectores sociales más inconformes: los ferrocarrileros, los médicos y los maestros, entre otros, y que es bajo su presidencia cuando se consuma el asesinato del líder agrario Rubén Jaramillo y su familia, y el ejército es utilizado en contra de los estudiantes en Chilpancingo, Guerrero.
Por su parte, el gobierno del presidente Díaz Ordaz romperá ante el mundo la imagen edénica de un México apacible, sin conflictos, debido a la abierta violencia empleada para enfrentar el descontento de diversos sectores sociales, cuyos dirigentes siempre serán acusados del delito de disolución social. Casi nadie escapará a la cerrazón política del régimen diazordacista: ni el rector de la UNAM, doctor Ignacio Chávez, obligado a renunciar con violencia; ni el dirigente Carlos Alberto Madrazo, empeñado en democratizar a su mismo partido oficial, el Partido Revolucionario Institucional; ni el Partido Acción Nacional, cuyos primeros triunfos no le son reconocidos; ni las universidades, muchas de las cuales serán reprimidas con violencia: en Puebla, Sonora, Tabasco, Veracruz, Chihuahua, Yucatán, Baja California y Michoacán.
Era el tiempo del predominio abrumador del Partido Revolucionario Institucional, cuando las preferencias electorales de los mexicanos se canalizaban a través de otras tres organizaciones: el Partido Comunista Mexicano, el Partido Acción Nacional y el Partido Popular Socialista, clandestino y perseguido el primero, y tolerados los dos últimos.
Todo el malestar social suscitado por el autoritarismo y la violencia gubernamental, desembocó en el movimiento estudiantil-popular de 1968, aplastado y ahogado en sangre por el régimen de Gustavo Díaz Ordaz, mismo que divorció a la clase gobernante de la sociedad civil.
La atmósfera regional
En Nuevo León, dos gobernadores cubrirán la década de los años sesentas: Eduardo Livas Villarreal, quien gobernará hasta 1967, y Eduardo A. Elizondo, salido para ello de la rectoría de la universidad.
Durante este decenio, bajo la consigna de Cristianismo Sí, Comunismo No, el anticomunismo invadirá nuevamente el estado y, como en 1936, se esgrimirá contra toda expresión mínimamente progresista: el gobernador Livas y la mayoría de sus colaboradores, a raíz de la implantación de los libros de texto gratuitos; los dirigentes de las huelgas habidas en las fábricas Gamesa y Medalla de Oro; los líderes de los posesionarios y vendedores ambulantes organizados en la Central Independiente de Organizaciones del Pueblo; pero sobre todo, contra los universitarios, estudiantes y profesores.
Fiel registro de aquellas prácticas anticomunistas lo constituye el artículo del periodista Carlos Ortiz Gil, publicado el 3 de octubre de 1998 en el periódico El Norte, del que era colaborador. Ahí, en su escrito titulado “2 de octubre” expresó:
En 1968 tenían el poder, al menos aquí en Nuevo León, don Eugenio y don Roberto Garza Sada. A ellos los apoyaban sus numerosas tribus de familiares y de todos aquellos que apoyan al de arriba no porque tenga razón, sino porque son sus empleados y tienen miedo.
Yo estaba ahí. Escuché la consigna de propia voz: ‘Los muchachos están siendo manipulados por los comunistas’. Después de eso, cada quien, se esperaba, debía adoptar La Actitud y convertirse en amplificador de esa olímpica apreciación.
Muchos se la creyeron totalmente y fueron los apóstoles del anticomunismo que en esos tiempos agarró parejo a quienes pensaban diferente. No importaba si se era ministro del culto o filósofo. Fue otra más de las épocas de persecución intelectual. Épocas esas que dan cabida a odios irracionales, rencores profundos y venganzas sin fin.
La atmósfera en la Universidad de Nuevo León
Siete rectores dirigirán a la universidad en la década de los sesentas: José Alvarado Santos, Alfonso Rangel Guerra, Eduardo L. Suárez, Eduardo A. Elizondo y Nicolás Treviño Navarro, nombrados por el gobernador Livas Villarreal; Héctor Fernández González, designado por el gobernador Elizondo, y Oliverio Tijerina Torres, elegido por los universitarios, sin ninguna injerencia gubernamental, una vez alcanzada la autonomía de la universidad, acordada por el Congreso del Estado el 10 de noviembre de 1969 y publicada por el gobernador Eduardo A. Elizondo el día 26 del mismo mes.
Ellos serán testigos de los movimientos universitarios que estudiantes y trabajadores llevarán a cabo en bien de su alma mater, cuyos objetivos, y las atmósferas descritas antes, quedaron plasmados en las abundantes publicaciones que nos dejaron como testimonio.
Para darnos una idea de esta importante actividad editorial, debemos puntualizar que durante los años 60, los estudiantes publicaron 38 periódicos: 28 en el primer lustro y 10 en el segundo; y que los trabajadores sindicalizados, a partir de 1964 en que se organizan sindicalmente, editan 30 periódicos STUNL y un número de la revista Trabajo y Cultura. Estas publicaciones son una de las valiosas fuentes informativas sobre los movimientos universitarios de esta década, a los cuales nos referimos enseguida.
Los seis grandes movimientos universitarios
Los seis movimientos universitarios referidos enseguida, han sido seleccionados por poseer dos rasgos comunes: su impacto dentro y fuera de la universidad, y su influencia posterior en la vida de la Universidad de Nuevo León y en muchos de sus estudiantes y profesores.
Podemos afirmar que los principales movimientos universitarios nuevoleoneses de la década de los sesenta gravitaron en torno a seis asuntos relacionados con: 1) las expresiones culturales; 2) el nacimiento y consolidación del sindicato universitario; 3) los cambios a planes de estudio; 4) la precariedad económica de la universidad; 5) el movimiento estudiantil-popular de 1968; y 6) el movimiento por la autonomía; asuntos que a su vez determinaron seis grandes movilizaciones universitarias específicas.
Podemos afirmar, también, que dichas movilizaciones tuvieron su contraparte: en diversos organismos anticomunistas, como la Cruzada Regional Anticomunista, el Movimiento Familiar Cristiano, la Unión Nacional de Padres de Familia y el Frente Pro Dignidad Universitaria, y en los periódicos El Norte y El Sol, todos voceros, en ese entonces, de los grupos que se distinguieron por oponerse a la implantación de los libros de texto gratuitos, oposición que culminaron con la manipulada manifestación del 2 de febrero de 1962, frente al Palacio del gobierno estatal.
Refirámonos, pues, a las seis grandes movilizaciones y los asuntos que las inspiraron, sin dejar de reconocer que antes y entre unas y otras, se dieron múltiples sucesos universitarios que, por la naturaleza de este evento, es imposible describir a detalle en la presente ocasión.
Mañana: La primera gran movilización (1963)