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LA INUNDACIÓN
J. R. M. Ávila

culturalogo—Esta lluvia no se quita en toda la noche —dijo don Hilario. Las nubes ennegrecían el cielo a las tres de la tarde. Las hormigas habían andado deshojando árboles en los días anteriores. El pronóstico no era gratuito. No lo tomamos en serio y algunos ni siquiera lo escucharon. Pero a medida que avanzaba la tarde, la lluvia arreció hasta convertirse en torrencial.
—Y tan bien que habíamos regado las matas y los árboles —dijo mi papá.
Caían apenas las primeras gotas cuando empezamos a jugar futbolito. Teníamos años de no hacerlo bajo la lluvia. Por supuesto, la fábrica aprovechó para soltar sus desechos de humo, segura de que se confundirían con las nubes, pero en la garganta se sentía un picor sofocante. El agua invadía la cancha, el balón apenas rodaba, pero eso no fue suficiente para que dejáramos de jugar.
—Oye, papá  —dijo Juan para hacernos reír—, ¿no será  otro diluvio?
Cuando terminamos de jugar, empapados y sin ropa seca para cambiarnos, nos pusimos a ver cómo pasaba el agua por la calle.
—Tengo treinta años de vivir aquí —dijo mi papá— y no había visto llover tanto.
—¿Quién iba a pensar en tanta lluvia después de la sequía?
—¡Hasta las hormigas saben más que nosotros! —dijo David.
No había más remedio que quedarnos a dormir en casa de mis papás. Al fin y al cabo el día siguiente no íbamos a trabajar. Nos pusimos a ver la televisión pero en lugar de calmarnos nos intranquilizó más con noticias de inundaciones por todas partes. Por primera vez en muchos años, podía decirse que había llovido en todo Monterrey. Y por si fuera poco, uno de mis hermanos trajo la noticia de que el Nuevo Mezquital estaba inundado y no había modo de cruzar hacia nuestra casa. Después de cenar, salimos a caminar para el Nuevo. Llegamos a la calle Fundidora que más parecía río y nos pusimos a ver pasar el agua. Llevaba palos, ramas, muebles, madera, bolsas con basura. Esto me hizo acordarme de lo que alguien había dicho: se iban a limpiar los ríos y los arroyos.
En las paredes de las casas se alcanzaba a distinguir la marca hasta donde había llegado el agua, casi la altura de una persona. Pero el nivel empezaba a bajar. Esto nos dio oportunidad de acercarnos más y ver un volkswagen con las puertas abiertas y atado a un árbol, como si fuera un animal. La corriente bajaba de nivel pero no dejaba de fluir. Era un agua revuelta de tierra y suciedad, pero ya menguaba.
Apenas tanteamos que podíamos cruzar, regresamos a casa de mis papás y nos fuimos a la nuestra. El rodeo fue largo y lento pero llegamos a nuestro destino. El día siguiente supimos que los habitantes del Nuevo Mezquital bloqueaban las entradas al fraccionamiento. Protestaban porque les habían repartido colchones y lo que ellos pedían era que arreglaran para que no se volviera a inundar. A media tarde cerraron la avenida Aceros con llantas de una vulcanizadora. Duraron más de dos horas ahí, hasta que por fin consiguieron hacerse escuchar y suspendieron el bloqueo.
Los niños que entonces jugaban con nosotros ya se casaron o terminaron la carrera. Algunas personas han muerto y otras hemos envejecido. Los alrededores se plagaron de colonias y centros comerciales. Autoridades han ido, venido o regresado. Las inundaciones siguen, igual que entonces.

 

Correo:  jrmavila@yahoo.com.mx
Blog:  http://narregio.blogspot.com/

 

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