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LA CALLE ES LA MERMELADA
DE LOS ACTIVISTAS

Roberto Guillén

culturalogoUn domingo de agosto me enamoré de la calle. Y la gente me seguía por la Plaza Morelos de Monterrey, que disfrutaba la función el Viacrucis del Obrero, protagonizada por mi rabia-locura que arrastraba una cruz de madera, un diablito que me prestó mi segunda madre y dos caguamas al cuello que llamaron la atención de los milicos que vinieron a marcarme el stop, pero felizmente no el and gou.
Los cachuchones sólo querían que me quitara los caguamones que porque se me podían quebrar. Y las regiomontanas fofas domingueras con sus huerquillos de frescura nirvánica me miraban azoradas y los papaítos bigotones reían simpáticamente con su panza caguamera revestidos con esa doble piel de su equipo perdedor.
En el drama callejero me acompañaba mi hermano César Naranjo, quien hacía las veces del patrón patán que sólo sabe pronunciar la palabra
¡pro duc ción! ¡pro duc ción! ¡pro duc ción!
No sé que me pasó
Que de pronto empecé a invocar a la Serpiente Emplumada
¡Quetzalcóatl...!  ¿dónde estás?
¡Pancho Villa! ¡Ayúdame!
(dice Carlos Monsiváis que José Revueltas nunca se hubiera cruzado de brazos frente a la troqueladora darwinista que estamos padeciendo.)
Pues no sé qué relámpago pasó. Fue algo tan repentino. Como cuando entras en trance y algo de quién sabe dónde se atraviesa por la tatema y recuerdas algo fabuloso, irreal o insospechado. Después me sentí impulsado como un misil de juguete y terminé clavado en un bote de basura. Naranjo chicoteaba el tambo pero yo no quería salir. Sufrí un intersticio de abismo gelatinoso. Sentí que se apagaba el otro corazón. En el culo de la basura sus hedores me decían que no vale la pena luchar por nada, que la tragedia de ser mexicano ya no tiene remedio, que PEMEX ya valió madre, que mejor me prepare cuando la silueta de canela me traspase con su carátula de confort… what are you bussines?
Pero salí de la basura para enfrentar la rugosidad existencial; el primer performance en la historia de Monterrey. Por cierto que fue reporteado por César Cepeda del periódico El Norte, en cuya fotografía publicada aparece un señor gordito con una expresión de sorna, mientras arrastro la cruz de madera y claritito se ven las dos caguamas colgando antes de que me las quitara la policía. Esta fue la croniquita chida que se escribió el reportero Cepeda:
ANDAN EL VIACRUCIS DEL OBRERO
¡Gumaaaaaaro…! ¿Qué es lo que necesita el pueblo mexicano?
¿Qué necesitas obrero? ¿Nada?
Entonces arriba…bestia y anda…levántate…produce
Y por fin, el obrero clama: “Pancho Villa, ayúdame”
“Quetzalcoatl, ¿dónde estás?
Domingo en la tarde. Calle Morelos llena de paseantes, que se muestran sorprendidos y algo asustados, al ver pasar a un hombre sucio, con la ropa rasgada, una soga al cuello y dos caguamas en mano, que es azotado por otros dos hombres.
La escena es parte del performance: El Viacrucis del Obrero, que escenificó La Cavidad Hereje, un grupo de teatro independiente, marginal, firmado por tres jóvenes: Marcelo Leija, César Naranjo y Roberto Guillén.
El performance fue interrumpido un momento por elementos de Seguridad Pública que ordenaron retirar los dos envases de caguamas y la soga al cuello que lleva el actor, que representaba al obrero mexicano.
Pero tal parece que el reportero se perdió al final porque no lo relata en su nota periodística, o seguramente el periódico no dispuso de más espacio. Porque al final terminó rompiendo la cruz, como inspirado en la obra de José Clemente Orozco, “El Cristo que rompe su Cruz”. Aparte de que terminé “desmayado” en el suelo, a unos cuantos centímetros de las ruedas cuatas de un ruta 67.

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