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EDUARDO ZAMBRANO SUEÑA CON EUGENIO DE ANDRADE Eligio Coronado

culturalogoEl poeta local Eduardo Zambrano (1960) ha soñado con el lírico lusitano Eugenio de Andrade (Póvoa de Atalaia, Portugal, 1923-2005). Eduardo nunca había soñado con poetas (Cuadra, Vitale, Holderlin et al): “Sueño muchas cosas, pero no con poetas” (Oficio de paciencia, p. 70*). Habituado a esa otra realidad que son los sueños, nuestro autor nos presume el catálogo de su experiencia onírica: “montañas de estas tierras”, “ciertas intimidades de la casa”, “Con mujeres hermosas”, “viajes”, “desnudo, volando, huyendo” y “libros”, “pero jamás con poetas” (ídem.). De pronto, Eduardo sueña lo impensado: “estuvo en casa Eugenio de Andrade. / No sé a qué vino pero yo le abracé” (ibídem.). ¿Cómo soñar con poetas? ¿Acaso se les convoca por leerlos en demasía? ¿La denodada admiración los invoca? ¿Esas conversaciones secretas que tenemos con su obra los materializa? ¿Qué hacer en caso de estas visitas inesperadas? Eduardo no batalló: “Platicamos de muchas cosas”, incluyendo que él le confesó que no se consideraba un poeta, a lo que Andrade pontificó: “Este es un oficio de paciencia” (p. 71). “No hubo más. El sueño se acabó de pronto” (idem.). No dice Eduardo de qué otras cosas habló con el autor de Las palabras prohibidas (1951), lo cual genera algunas dudas. ¿Le habrá preguntado cómo surgió el estilo andradiano? ¿La forma de estructurar sus versos? O bien, ¿cómo maneja los diversos estados de ansiedad y euforia que preceden al acto creativo? Supongo que Eduardo no lo dirá. Como buen artífice preferirá guardar esos secretos para aplicarlos en su propia producción. Hace bien. No es conveniente revelar recetas ajenas cuando se puede hacer buen uso de ellas. Por eso Eduardo se va por la tangente y nos cuenta detalles predecibles: “yo le abracé / como si le conociera de días y afectos / muy entrañables” (p. 70). Incluso cosas nimias: “El me preguntó entonces que dónde estaban / mis amigos” (ibid.). De acuerdo, Eduardo, entiendo tu discreción y la comparto. Yo haría lo mismo si de pronto la puerta de mis sueños se abriera y entraran en galope Dickinson, Moore, Plath y todo el resto. Eduardo Zambrano. Las insignias de la sed. Monterrey, N.L., UANL / Posdata Ediciones, 2009. 79 pp.

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