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LLEGÓ LA HORA DE VOTAR,
TACHAR O FALTAR
Luis Lauro Garza
Esta es la primera elección desde la reforma política de 1977-79, que no sólo frena su ímpetu participativo, sino que abiertamente se cuestiona el sentido profundo del acto de votar y, más aún, de la anulación activa del mismo.
La preocupación clave de las fuerzas opositoras y progresistas del país en este trayecto, se centró en la ingeniería mínima necesaria para garantizar comicios cada vez más limpios, que dejaran atrás el desaseo, la inequidad y el fraude del añejo sistema de partido hegemónico.
Así como en la posguerra México se desarrolló de la mano de un boom económico conocido como Desarrollo Estabilizador, tras el agotamiento de éste, la Reforma Política fue vista por muchos como el otro brazo realmente alternativo para salir del atolladero: si sacamos al PRI de Los Pinos, atenuamos la corrupción y los males del país se solucionarán por añadidura.
Con la alternancia en 2000, Fox se gastó en unos cuantos días-meses el “bono democrático” esperanzador de una población ávida de que el resorte político fuera el detonante de una vida más plena en lo político y lo económico.
Luego de la decepción manifiesta con el foxismo, surgió la opción lopezobradorista, que logró movilizar a amplias capas de la población dispuestas a cambiar las cosas “desde abajo”.
Intervenciones indebidas del sector privado, presidenciales, de los medios electrónicos, y de los sectores que mantienen en su resguardo los hilos económicos del país, atajaron el ascenso de la ola “pejelagarta”, el cual, tras la mínima diferencia y las chapucerías manifiestas, sólo respondió con la resistencia civil: tomando la calle (Paseo de la Reforma) y luego, recorriendo el país.
En el ínterin, el Presidente del Empleo no volvió a hablar del tema, creció la inseguridad, la matazón de personas, el abuso de los monopolios, la incertidumbre en la aplicación de la justicia, y el chacoteo cínico en las cadenas monopólicas de televisión.
La reforma trunca a la Ley de Radio y Televisión, que obligaría a éstos a aceptar publicidad asignada exclusivamente en tiempos oficiales por el IFE, generó un desafío del duopolio televisivo.
Ello explica en parte la campaña de desprestigio contra las autoridades electorales y los partidos políticos, el blanco predilecto de la opinión pública.
Pero también existen otros jugadores políticos, que este 5 de julio quieren ir a expresar su punto de vista.
Están los que van a votar: desde el voto “duro”, hasta el voto inercial, tradicional, el que piensa que votando se apoya la causa o el interés específico, el toma-y-daca, la ideología, o la prebenda a cambio.
Los que no asistirán, porque consideran que es hacerle el juego al sistema, o sencillamente porque éste no los motiva o los mantiene en el umbral de la decepción.
O los que se presentarán como la gran novedad de la jornada: los anulacionistas, que se han propuesto participar, sí, pero tachando la boleta electoral en blanco, anulándola, como una acción de protesta contra un sistema que ya no les satisface, que les es ajeno, y que de ser posible, la fuerza del movimiento pueda servir para modificar las reglas del juego de un sistema que debe reencauzarse por la vía de una “auténtica” participación ciudadana.
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