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HAITÍ, EN DRAMA PERMANENTE
Carlos Alba Vega

Las imágenes apocalípticas que nos llegan desde Haití y que tocan la inteligencia y el corazón del mundo son sólo la punta del iceberg de un drama que vive este país desde su origen. Si nació como un país de esclavos africanos traídos por Francia para cultivar la caña de azúcar, fue el primero en conseguir su independencia (1804) en América Latina. Hasta ahí llegaron próceres desde Simón Bolívar hasta Javier Mina para refugiarse y repensar sus movimientos de liberación. Sin embargo no consiguió a largo plazo caminar en la senda del desarrollo económico y político.
Fue ocupado por Estados Unidos a principios del siglo XX y sufrió una feroz dictadura que empezó como democracia en 1957 en manos de “Papá Doc” Duvalier (hasta su muerte en 1971) y concluye con el derrocamiento de su hijo “Baby Doc” en 1986, cuando comenzó una alternancia entre golpes de Estado y esfuerzos de instaurar la democracia electoral. A principios de los 90, la llegada por la vía democrática de Jean Bertrand Aristide, un ex sacerdote que con base en un liderazgo carismático y religioso y por medio de su movimiento “Lavalas” (la Avalancha) representó una nueva esperanza para los haitianos. Ésta se esfumó con un nuevo golpe que colocó al país en una situación crítica y llevó a la ONU a enviar en 2004 fuerzas de paz para garantizar las condiciones mínimas de orden y seguridad para que prosperara su incipiente y frágil democracia. Algunos países como Argentina, Brasil y Chile han sumado al apoyo económico, técnico y político, la presencia de militares para asegurar la gobernabilidad, mientras el apoyo de otros como Cuba y México ha adquirido múltiples formas aunque sin asistencia militar. Cuba desde hace varios años ha enviado cerca de 800 médicos de manera permanente, los cuales llegan a lugares donde ni los propios médicos haitianos lo hacen.
Haití es uno de los países con mayor desigualdad del ingreso. Importa casi todo lo que consume: arroz, huevo y leche, con mayor razón los productos industriales. Vive de las remesas (casi un tercio del PIB, mientras que las de México, siendo tan importantes representan menos del 3% del PIB) que envían sus casi dos millones de migrantes (de cerca de 10 millones de habitantes) desde República Dominicana, Estados Unidos, Canadá, Francia y las islas del Caribe, y se sostiene de la ayuda internacional, la cual se canaliza a través del gobierno o de organizaciones civiles. Pese a esos recursos, Haití se mantiene como el país más pobre del Hemisferio Occidental y como uno de los más pobres del mundo. Dos tercios de los haitianos viven en el umbral de la pobreza y la mitad en la extrema pobreza. De acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD (2002), ocupa el lugar 146 de 173 países, en medio de Bangladesh y Madagascar, y muy por debajo de Chiapas en México. El problema del desarrollo económico y social en su dimensión más amplia, está ligado al problema político, y también a uno cultural. Como otros países latinoamericanos, pero en forma más exacerbada, ha encontrado grandes dificultades para dotarse de un régimen político democrático estable. Un observador internacional resumió así al país en 2004: “la inestabilidad económica y social de los diez últimos años ha sido exacerbada por la falla de las instituciones, la debilidad y la corrupción del gobierno, la ausencia de transparencia y la importancia de la delincuencia.
Haití vive hoy una nueva situación de emergencia que es incomparablemente mayor de las que sufre casi sistemáticamente a causa de los ciclones y otros desastres, o de su pobreza crónica. La magnitud del fenómeno telúrico golpeó a una sociedad extremadamente frágil y con un gobierno rebasado. Perdió casi todo, incluida la vida de miles de personas que no se han podido identificar ni cuantificar, y con ello ganó la atención, el interés y la solidaridad de muchos. No es poca cosa, en el contexto de una época donde campea el individualismo. Pero ayudar también es un desafío. ¿Cómo hacerlo? ¿A través de qué instancias? ¿Bajo qué prioridades?
El principal desafío es convertir la ayuda humanitaria en cooperación de fondo, que vaya a la raíz de los problemas, para que se convierta en un apoyo con el que los haitianos, dueños de su destino, construyan el país que tanto esperan.

calba@colmex.mx
Profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México
El Universal

 

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