LA VENTANA DE CAÍN
ENCUENTRO CON UN PADRECITO DEL PRAGMATISMO
Roberto Guillén
Después de acudir a una rueda de prensa con el diputado priista, Héctor Gutiérrez, confirmé la máxima que acuñé la noche anterior:
¿La peste de nuestro tiempo?
No traer dinero en la bolsa.
Después de que nos hizo esperar más de 20 minutos, el representante popular irrumpió con una sonrisa que sólo te pueden acicalar 150 mil pepinos al mes.
¿Es que la felicidad tiene cara de diputado?
No me consta de que los diputados, como bien dice Ximena Peredo, sean coyotes de cuello blanco. No, no me consta.
Pero a mí, en lo particular, más que estar frente a un servidor del pueblo, me dio la impresión de estar frente a un padrecito del pragmatismo… con sabor a Heineken.
Sobre todo cuando los reporteros empezaron a preguntarle con respecto al estadio que pretende construir en el Bosque de La Pastora, y cuyos vecinos a la redonda ya se fueron a la PGR para denunciar a un tal Jorge Urdiales, presidente del club de futbol rayados de Monterrey.
El diputado Gutiérrez habla del estadio como si la ciudad fuera una maqueta proclive a desmadrar al antojo y capricho de una Femsa que a juzgar por los atropellos a la flora en el Río La Silla, y las denuncias del activista Gregorio Venegas, se ha convertido en una empresa socialmente irresponsable.
Pero déjenme decirles que el coordinador de los diputados priistas se da su tiempo y gusto para cultivar su retórica con máximas del ideólogo del partidazo, como Reyes Heroles.
Si para don folclórico Moreira, gobernador de Coahuila, los panistas son señoritingos y braguetas perfumadas, para el diputado Gutiérrez son como adolescentes con telarañas, con eso de que al diputado Hernán Salinas todavía se le ven las costuras en la foto que exhibe Mr Junco, cuando fueron a llenar de ruido la ciudad con su controversia constitucional, por la deuda adquirida de 2,500 millones de pesos.
Este fue el arpón que les arrojo el servidor público. Pero me temo que entre más lo citan, más se alejan del prócer: La adolescencia política se refleja en las malas maneras de hacer política.
Dos cosas me gustan del diputado Gutiérrez:
Una, que te mira a los ojos.
Y dos, que es un campeón de las formas. En su libro Posdata, Octavio Paz lo nombra como la suavidad de los priistas. Yo lo le llamaría el charming de la politesse.
Pero mucho me temo –y lo digo honestamente, quisiera equivocarme-, que el representante popular está ahorcado por los intereses de una cúpula empresarial que espasmódicamente regurgita así: Esta es una ciudad de pesos y centavos. Al diablo con las instituciones ambientales.
Entonces, ¿dónde quedó ese mariscal de los diputados que nos ha citado al maestro Reyes Heroles?
Observamos el atropello de una poderosa empresa, violando flagrantemente los reglamentos de la Profepa y de la Semarnat. Y en vez de haber un extrañamiento, observamos que los representantes del pueblo se trepan en las ancas del pragmatismo feroz.
Pero ya imagino escuchar la filigrana de argumentos para invocar la truculenta razón de estado, en voz de mi admirado Eloy Garza.
Va de nuez: ¿dónde está ese mariscal que supuestamente representa al pueblo?
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