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EL CHAC MOOL
Andrés Vela

Con frecuencia ocurre que, una ciudad, crea por sí misma sus espacios rituales, sus tiempos muertos y su propio caos a partir de unos cuantos protagonistas, muchas de las veces anónimos. Sin embargo, en la era del mercantilismo y la comunicación global a todo lo que da, los espacios terminan por ser cooptados, y, sin proponérselo, digamos: esterilizados.
Tal es la historia de los hoyos fonqui que se multiplicaran entres finales de los sesentas y principios de los setentas, y que, en retrospectiva, un recuento de sus hazañas no vayan más allá de breves escaramuzas. El proyecto de la liberación siempre bordoneado e inconcluso, invocado desde la comuna e inevitablemente remitido a una experiencia particular y personalísima. Ese viaje que se hizo alguna vez en el pasado y queda como recuerdo heroico; cuando el experimento ha tratado de ir más allá –hay que decirlo- el estado ha intervenido para destruirlo.
Pero la bohemia persiste y ahí van los olvidados y desterrados pero, por qué no, también los favorecidos y hasta los indolentes: la libertad no restringe derechos de admisión: a final de cuentas, esto no es el Barrio Antiguo, es la gran diferencia: el Espacio Libre con mayúsculas que pensábamos de necrofilia pero que persiste. Ahí van a conflagrarse todos los alcances de la diversidad, en ese espacio que rompe con los remedos de libertad que permite una ciudad como Monterrey.
Si hubiese que dar el ideal de libertad quizá la medida exacta sería la naturalidad ante el escenario de la vida. La clandestinidad al centro del Escenario. Pero el espacio que permite esos prodigios a menudo termina expropiado por la monotonía, por lo “oficial”, y sobre todo, por la moda. A cuatro años de existencia, eso no le sucede al Chac Mool. Persiste.
Ubicado en una zona neurálgica –Méndez, entre Espinoza y M.M. del Llano-  en él confluyen todos los aromas de la brega de una ciudad: las frutas y verduras de los puestos del Mesón Estrella mezclados con el hedor del pavimento y trafical de la ciudad industrial. A una cuadra de distancia, la iglesia del Perpetuo Socorro, con su monumental estructura rosada y esas cúpulas verdes como aceitunas que coronan un Martini.
La melancolía es un fervor irremediable y el guitarrista Gino declara a José Alfredo Jiménez “el primer rockero mexicano”, mientras echa monedas a la Rockola y permea el ambiente de las voces del Haragán y Arturo Meza. El otro Meza, el baterista, cambia otro plato de cáscaras por cacahuates, y las bandadas de niñas vestidas de tornasol suben y bajan por las fatídicas escaleras. Si no podemos inventar nuevas pasiones, desempolvemos las viejas con pareja intensidad. Si el poeta Manuel Acuña blasfema y celebra a las mujeres, herido por la terrible Rosario a quien escribe su Nocturno para luego suicidarse, ¡a los 24 años en pleno barrio estudiantil!, la tradición del que abre su pecho como guerrero(a) mexica, en el Chac Mool, no canta mal las rancheras. 
Así lo testifican tantas citas que ruedan por las paredes del Chac con cierto resquemor: “¡No a la represión!”, “¡No discrimines!”, “Algunas chicas lo tienen todo”, “Aquí nos tocó nacer…”/ Algunas otras llegan al paroxismo sexual: “¿De qué estamos hechos que nos  gusta tanto tocarnos?”, “¡Panochas Power!”/ Otras se regocijan en su sentido de ironía: “¿Alguien sabe cuánto cuesta el kilo de aguacate?”, “Yo estuve aquí, pero no recuerdo cuándo fue”, “¿Has visto el Chavo del Ocho?”, “Soy tan gata tan gata que me tiran del noveno piso y caigo parada”/ Y otras, terminan por ser carta de adopción: “Bienvenidos a nuestra segunda casa: el Chac Mool”.
El Chac Mool atrapa y en tal decisión no interviene la edad, de un lado: la vieja guardia de músicos, escritores, pintores, periodistas, moneros y demás vagabundos; del otro: lo que está por venir. Confiesa José Luis que cuando el Chac era todavía un proyecto pensaba que sería un mero batallar con borrachos; y batalla con borrachos, pero las características de estos precisos borrachos los vuelve diferentes: el lugar tiene un especial magnetismo para la fraternidad, incluso para la inocencia: la concurrencia sólo se quiere divertir, y quizá escapar afanosamente de la cotidianeidad.
Y así transcurren las cosas y de repente todos se vuelven uno sólo al amparo de Bunbury, Café Tacuba, Caifanes o Soda Estéreo. Placebo, David Bowie, Radiohead, Los Prisoneros y sigue el baile con Celso Piña y los Sonideros. Fidel canta bule bule trompas de hule mientras José Luis despabila a los dormidos, recoge bachas de cerveza y apaga las luces y los últimos se arremolinan en torno a Perfume de Gardenias y, Piensa en Mí.

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