| Mensaje de Pascua
Raúl Vera López
¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado (Lc 24, 1, 12)
Todo el sufrimiento y clamor del pueblo herido y agobiado por la indolencia de una gran parte de la plana mayor de nuestros gobernantes, es escuchado por Dios (quien) nos recuerda que estamos llamados a la vida plena, a la vida en abundancia. Es Dios mismo el que convoca a que celebremos que la vida siempre es posible… que reconstruye la historia por medio de su mismo Hijo y por medio de los hombres y las mujeres que como Él, ponen su mirada en la justicia y en la misericordia como los únicos medios para construir un mundo con paz en la justicia”.
En esta hora de pasión y muerte que vivimos en México
La grave situación de violencia que tiende a institucionalizarse, levanta clamores desde nuestro pueblo por la vida y la justicia. Violencia que como hace mucho tiempo no se había vivido en nuestro país.
Los signos de muerte los experimentan cotidianamente una gran parte de las familias de nuestro estado de Coahuila y del país entero, quienes además de la violencia generalizada, deben soportar la dinámica desastrosa del aumento de la pobreza, al punto que el 50 por ciento de la población mexicana vive altamente afectada por esa situación. Sin embargo, hace unas semanas, se difunde a nivel internacional el dato de que la familia más rica del mundo es una familia mexicana, y apenas hace unos días, el Director de PEMEX propone como ejemplo y modelo para impulsar la privatización del petróleo en México, precisamente a esa familia por su éxito económico. Ante cualquier persona con valores éticos y sensibilidad social, delante del panorama que contemplan nuestros ojos, donde la mayoría de la población no cuenta ni con lo mínimo para su subsistencia, estos datos resultan muy cuestionantes, y no podemos sino poner en tela de juicio el sistema socio económico y socio político en el que estamos sumergidos.
Los obispos de México, ante la situación que vive el país, dimos a conocer una Exhortación Pastoral en vísperas del comienzo de la Cuaresma de este año, y a propósito de la desigualdad social que vivimos y las consecuencias que esto lleva consigo, en ese documento afirmamos:
México es uno de los países con mayor desigualdad en la distribución de la riqueza en el mundo. Esta situación se ha profundizado por el progresivo deterioro de la capacidad adquisitiva de los trabajadores; por el incremento del desempleo; la falta de condiciones favorables para la micro, pequeña y mediana empresa; la caída en la calidad de vida, la corrupción endémica, la paulatina disolución de las clases medias y la concentración de riqueza en pocas manos.
Esta distribución desigual de la riqueza abona el sustrato para la delincuencia organizada. Los negocios ilícitos, que implican graves riesgos, ofrecen la perspectiva de tener jugosas utilidades en breve plazo. Esto es una tentación para quienes se encuentran en el límite de la sobrevivencia y excluidos de los procesos productivos. También lo es para quienes quieren sostener un estilo de vida suntuosa que excede las posibilidades que da un nivel de ingresos ordinario. La necesidad y la ambición exponen de igual manera a pobres y ricos a buscar ganancias sin importar su procedencia, ni los riesgos y costos humanos que implican. La desigualdad provoca una honda insatisfacción y sensación de injusticia, que es la puerta de entrada de la violencia y por consiguiente, de un clima de inseguridad.
Vivimos en un sistema caracterizado por la impunidad e inmoralidad, nos preocupa descubrir que se incrementan los impuestos a la población a cambio de pactos partidistas electoreros, mientras se dejan de cobrar impuestos a las principales empresas, lo que equivale en monto económico a casi ocho veces más de lo que pretende recaudar la Secretaría de Hacienda aumentando los impuestos.
Estamos en un estado de Guerra, donde las principales víctimas son de la sociedad civil. De manera particular, quienes viven los peores estragos, son hombres y mujeres pobres y marginados que no tienen a dónde huir y a quienes la justicia les es negada sistemáticamente. Nuestros jóvenes son masacrados por el simple hecho de ser jóvenes. Esta guerra ha provocado en sólo 39 meses cerca de 20 mil muertes. Tan sólo en el mes de marzo de este año se registraron 1,130 muertes.
El argumento ideológico militar promovido desde quienes detentan el poder en nuestro país, ha criminalizado a grandes mayorías de nuestra sociedad, haciéndolas responsables de las acciones del crimen organizado, queriendo con esto encubrir las responsabilidades gubernamentales en esta grave crisis del Estado Mexicano.
La serie de reformas constitucionales y legales efectuadas en los últimos años, sólo ha permitido condiciones para una mayor explotación de los seres humanos y la libre circulación del dinero, sin importar de donde venga y a dónde vaya. En México es visible la crisis de las instituciones del Estado. La peligrosa ausencia de controles efectivos al flujo de dinero proveniente del crimen organizado, aunado a la probada participación de funcionarios de todos los niveles en actividades delictivas, han generado un estado de ingobernabilidad.
La prevalencia casi exclusiva del elemento bélico en esta así llamada guerra contra el crimen organizado, y la ausencia de la persecución jurídica de los delitos, está dejando el campo abierto a ejecuciones extrajudiciales de los supuestos implicados en la delincuencia organizada, con el agravante de que en estas ejecuciones también mueren personas que no tienen nada que ver con los grupos criminales. Además de provocar muchas muertes, el vacío jurídico en esta Guerra está encubriendo a los funcionarios públicos implicados en el crimen organizado y a quienes les lavan el dinero, pues al no perseguir jurídicamente esos delitos, se evitan las indagaciones previas y las comparecencias ante jueces, que constituyen un poderoso medio legal para conocer a los cómplices que los criminales tienen en las instancias públicas y en los espacios donde les lavan el dinero. Esta situación fortalece desmedidamente al crimen organizado
Según analistas especializados en el crimen organizado, en México éste se ha constituido como parte del Estado y del sector legal de las empresas que les proporcionan la logística necesaria para lavar el dinero y salvaguardar el patrimonio de las bandas delictivas, que han permeado los sectores fundamentales de nuestra economía como son: el agropecuario, el turismo, la construcción, la minería y los fideicomisos. Esta clase de criminalidad está constituido por 23 delitos que se monitorean a nivel mundial, de los cuales 22 se practican en México y se calcula que los réditos de estos delitos representan el 40 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). El narcotráfico es sólo uno de estos 22 delitos y algunos de los cárteles mexicanos están presentes en más de 40 países, que incluye a la mayoría de países de América Latina, y también el Oeste de África, Guinea Bissau y Malí, que les dan entrada a Europa.
En la guerra emprendida por el Gobierno Federal, todo indica que no se pretende acabar con el crimen organizado pues se ha evidenciado lo que los especialistas llaman un “sesgo” (esta palabra entiéndase “simulación”) en las acciones de quienes conducen esta guerra. Nada ha cambiado en tres años de supuesto “combate contra el crimen organizado” porque las reglas del juego –el “sesgo” con el que se inició- siguen siendo las mismas.
El incremento incontrolable de la violencia en los últimos años no puede pasarnos desapercibidos, tanto por el origen de ésta, como por sus graves, dolorosos e indignantes efectos en la sociedad.
Esta violencia “…se caracteriza por la crueldad, por la venganza, por la exhibición de poder y por la intención de intimidar a quienes son considerados rivales y a toda la sociedad… Si en su momento, la omisión, la indiferencia, el disimulo o la colaboración de instancias públicas y de la sociedad no fue justa y toleró o propició los gérmenes de lo que hoy son las bandas criminales, tampoco es justo ahora exculparse, buscando responsables en el pasado y evadir la responsabilidad social y pública actual, para erradicar este mal social”.
La vocación de Dios por la vida, se manifiesta en Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo
En este momento histórico que atravesamos y nos atraviesa, nuestra experiencia de fe seguirá dando sustento a la inquebrantable vocación humana a la vida en los discípulos y discípulas de Jesús. El memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, a cuya reflexión nos ha iniciado el tiempo de Cuaresma, es un momento privilegiado para meditar internamente, en nuestro corazón y con la comunidad de creyentes, que la situación que vivimos en México nos sitúa en el mismo camino recorrido por Jesús, el Hijo más amado y el predilecto en quien Dios Padre se complace (Cf. Mc 1,9-11; 9,7). La sociedad civil, especialmente las y los más pobres, todas y todos los que han vivido y padecido la violencia, han sido puestos en el mismo camino que recorrió el Hijo aquí en la tierra (Cf. Is. 53,2-9; Heb 2,10; 5,7-8). Por lo que hago un llamado para que confiemos como lo hizo Jesús, que así como el Padre siempre Bueno y Misericordioso acompañó a su Hijo y lo levantó de la muerte para que viviera plena y eternamente resucitado a su lado (Cf. Hech. 2,32-36; Flp. 2,9-11); así nosotros y nosotras compartamos con Nuestro Señor Jesucristo la certeza de que estamos llamados desde siempre a la vida. Esta certeza es una vocación, y hoy más que nunca, aquí y ahora en nuestro país, es una tarea que también como Jesús tenemos que construir.
Durante nuestra preparación cuaresmal profundizamos en la Alianza que hizo Dios con Abraham y con el Pueblo de Israel, por medio de Moisés, para que la vida del pueblo fuese puesta en manos de Dios y no la destruyeran la ambición y la ceguera de los poderes temporales. Esta Alianza se vio permanentemente amenazada precisamente por la soberbia de reyes, príncipes y representantes del Templo, que pretendían determinar quién viviría y quién moriría; quién comería y quién pasaría hambre; quién podría tener tierra y quién sería esclavo; quién podría trabajar y quién estaría condenado a la mendicidad; quién podría reclamar justicia y quién debería callar, etc. Contra ellos se levanta la voz de los profetas que claman en el nombre de Dios por la vida de su pueblo y anuncian la llegada de un liberador que daría cabal cumplimiento a la Alianza.
El liberador a quien se referían los profetas es conocido en la tradición hebrea como el Mesías, que traducido al castellano significa el Ungido; esta misma palabra, traducida al griego, es Cristo. El Señor Jesús, cuando estaba iniciando su predicación pública llegó a Nazaret, el pueblo donde creció, entró en la Sinagoga el sábado, como era su costumbre, y estando ahí, nos narra el Evangelio de Lucas: «Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: Esta Escritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy.» (Lc 4,17-21). De esta manera, por su propia palabra, Jesús afirma que Él es el Ungido, el Mesías, el Cristo.
Jesús predicó de muchas maneras y mostró en sus actitudes y en su vida toda, la sabiduría con que Dios mismo quiere que se lleve adelante el proyecto de vida plena para todos los seres humanos, en su condición personal y social, así como la vida de la creación entera, como lo afirma San Pablo: «La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Las mujeres y hombres, quienes somos parte de la creación y que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8,20-23). Jesús nos hace copartícipes suyos en la construcción del Plan de Dios para la vida del género humano cuando nos dice que somos luz del mundo (Cf. Mt 5,14-16).
Jesús demostró la capacidad que tiene para recrear y redignificar al ser humano desde dentro, desde su interior, cuando perdonó los pecados al paralítico y después, ante la incredulidad de sus detractores, para ayudarles a comprender internamente que tenía también ese poder, curó totalmente a ese hombre da la parálisis de su cuerpo (Cf. Mt 9,2-8); manifestó ese mismo poder y sabiduría cuando convirtió a la mujer samaritana en una apóstol magnífica entre sus paisanos los samaritanos, no obstante la desventajosa condición que ella, como todas las mujeres, tenía entre los suyos por el hecho de ser mujer (Cf. Jn 4,5-29.30-42); lo mismo sucedió con el ciego de nacimiento al que le devolvió la vista, y aquel hombre, de ser una persona señalada, según las creencias judías, como alguien que vivía todo él “envuelto en pecado” por el hecho de haber nacido ciego, Jesús lo convirtió en un brillante testigo suyo ante las autoridades religiosas judías (Cf. Jn 9,1-38). ¿Y qué decir de los apóstoles que vivieron siempre cerca de Él, a quienes los miembros del Sanedrín los tenían por hombres ignorantes, ante quienes no dejan de admirarse por el modo como se expresaban y contradecían sus órdenes, de no seguir predicando el nombre de Jesús. Los miembros del Sanedrín no tenían otros argumentos contra ellos que la fuerza y la amenaza, para querer callar las razones que tenían para seguir anunciando ese Nombre (Cf. Hech 4,5-22; 5,27-33.40-42).
La sabiduría y el poder de Jesús para anunciar la Buena Noticia a los pobres, a los que Dios mismo libera y llama a liberarse de toda esclavitud, se expresa en los Evangelios en signos y símbolos que reafirman que la Vida de las personas es la Vida de Aquel que está por encima de lo que en ese tiempo se creía que era un destino impuesto por el mal y el pecado. Por eso Jesús hizo que el ciego de nacimiento volviera a ver para que todos y todas “vean” de un modo distinto (Cf. Jn 9,1-41); curó a los tullidos para hacernos entender que se puede caminar de otra manera; devolvió el oído a los sordos y el habla a los mudos para que aprendamos a escuchar de manera diferente lo que Dios nos dice cuando habla por Sí mismo o a través de los demás y, en consecuencia, también aprendamos a hablar de una manera nueva; hizo enmudecer a los espíritus inmundos que se apoderan del corazón de las personas, para que aprendamos a vivir en el Espíritu del Dios que da la Vida; caminó sobre las aguas y calmó las tempestades, para que aprendamos a ver más allá de lo que nos aqueja y nos atormenta cotidianamente (Cf. Mc 4,31-41).
Enseñó a sus seguidoras y seguidores que la acumulación del dinero para comprar pan trae hambre a otros y otras (Cf. Lc 16,19-31). Les invitó a poner la mirada en Aquel que ha creado esta tierra para que la habiten con dignidad todos sus hijos y sus hijas sin excepción alguna, y aprendamos a administrar los recursos que en ella existen, de manera que éstos alcancen por igual a cada uno y a cada una, respetando la grandeza de cada persona y el derecho que todos y todas tienen a una vida digna. Ante la necesidad que se le plantea de comprar panes para la multitud, Jesús elige el signo de sumar los panes y los peces para luego partirlos y compartirlos (Cf. Jn 6,1-15), para que aprendamos con su palabra, con sus gestos y con sus obras, que los bienes de la tierra son para compartirse, porque solamente de esa manera la vida en abundancia es posible para toda la familia humana. (Cf. Jn 10,10).
Para mostrar la radicalidad del proyecto de Dios, Jesús resucita a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naím, y rescata a su amigo Lázaro de la muerte después de que llevaba cuatro días en el sepulcro (Cf. Mc 5,22-24.35-43; Lc 7,11-16; Jn 11,1-44), pues en el cumplimiento pleno de la Nueva Alianza de Dios con la humanidad por medio de Jesús, la vida de las personas está por encima de la muerte (Cf. Heb 5,7-9; Jn 11,25). En Jesús empieza a cumplirse el don pleno de la vida para la humanidad aquí y ahora, como un don que permanece como vida sin fin hasta la eternidad y también como una tarea que debemos continuar (Cf. Jn 17,1-3).
La sabiduría y el poder con que Jesús recrea y da nuevos contenidos a la dignidad del ser humano y a la creación entera, se manifiesta de un modo especial en su resurrección de entre los muertos y, a partir de ese momento, sigue haciéndose presente en toda la historia humana hasta el día de hoy. En efecto, Él oró así ante sus discípulos momentos antes de su pasión: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado» (Jn 17,1-2). Después de resucitar y antes de ascender a los cielos les dijo: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 18-20); «Miren, yo voy a enviar sobre ustedes la Promesa de mi Padre. Por su parte permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24, 49). Se refería al poder del Espíritu Santo que iban a recibir (Cf. Jn14,15-17). Esta sabiduría de Dios con que Jesús recrea y da nuevos significados a la dignidad del ser humano, se despliega sobre su comunidad, la Iglesia, y sobre el mundo entero, como dan testimonio los demás escritos del Nuevo Testamento (Cf. Hech 5,30-33; 10,38-43; Ef 1,17-23; Flp 2,9-11; Col 2,9-10.13; Heb 5,7-10).
Es necesario detenernos unos instantes para destacar que el anuncio de la resurrección lo recibieron, en primer lugar, María Magdalena y las demás mujeres que fueron al sepulcro la madrugada del domingo, y ellas lo transmiten a las y los discípulos como Jesús se los pidió (Cf. Jn 20,1-18; 28,1-10; Mt 28,1-10; Mc 16,1-11; Lc 23,55-24,11). Esto coincide con el anuncio del nacimiento de Jesús que, además de José, las dos primeras personas que lo supieron también fueron mujeres, María su Madre e Isabel, su parienta (Cf. Lc 1,26-45). Los cuatro Evangelios atestiguan que Jesús llama a mujeres y hombres para que se hagan discípulos y discípulas de Él, quienes estén dispuestos y dispuestas a recibir el don del Espíritu Santo y aprender la sabiduría necesaria para construir el Reino de Dios.
En esta sabiduría que recrea la vida y la dignidad de los seres humanos, las mujeres se harán con y en Jesús, actoras de su vida y de la vida en y con las y los otros como la mujer samaritana, como la mujer sin nombre que sufre hemorragias y que, sin representante ni mediador, se atreve a tocar a Jesús para sanarse por lo que Él afirma que por medio de la fe de ella se ha salvado (Cf. 9,20-22); como María la hermana de Lázaro que, al ungirle los pies con perfume, muestra en ese homenaje lleno de ternura, la profunda percepción de la situación difícil por la que pasa Jesús, amenazado de muerte, ahora más que antes, por la resurrección de Lázaro, su hermano, y es Jesús mismo que, al ver este gesto de parte de ella, da testimonio ante los demás que por medio de dicho signo ella confiese su fe ante los presentes y ante todas las generaciones que conocerán este hecho, que Jesús es el Mesías y por su muerte nos va a liberar a todos y todas de la muerte (Cf. Jn 12,1-11). Preguntémonos si no fue el gesto de María el que impulsó a Jesús a elegir el modo de mostrar a sus discípulos el amor y la ternura con la que entregaba su vida por la humanidad, al lavarles los pies, amor y dulzura que nos deja en el misterio de la Eucaristía, como lo expresa Santo Tomás de Aquino en su Opúsculo 57, que trata de la Fiesta del Cuerpo de Cristo, Lect. 1-4. ¿No fue acaso que por un gesto semejante de veneración lleno de amor y de ternura hacia el Maestro, cuyo cuerpo querían ungir esa madrugada del domingo, pasado el descanso de la Pascua, por el que aquellas mujeres se convirtieron en las primeras testigos de la resurrección y por eso fueron enviadas por Jesús mismo a anunciarlo a sus discípulos? Las mujeres son elegidas por Dios para revelar sus designios salvíficos que, puestos en su corazón, serán principio y fundamento de nuestra fe y de la inquebrantable vocación a la Vida que Dios quiere para todos y para todas, porque estamos llamados y llamadas a resucitar con Su Hijo Jesucristo.
La Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, nos abre al horizonte de la vida
Cuando las mujeres llegaron al sepulcro, sin duda que sus corazones estaban llenos de dolor y profunda tristeza ante la muerte de su Maestro, además de la consternación por la manera cruel como los romanos acostumbraban ejecutar a quienes no tenían la ciudadanía romana en su Imperio. Se agregaba a todo eso, el espectáculo triste que exhibieron las autoridades religiosas judías durante el juicio, la condena y la muerte de Jesús, quienes movidos por su envidia, llenos de odio y rencor hacia Jesús, no solamente solicitaron a Pilato la ejecución de la muerte que le habían impuesto en su juicio amañado como Sanedrín judío, sino que soliviantaron al pueblo para que presionara al Procurador romano pidiéndole la crucifixión para Jesús. Podemos imaginar el sentimiento de impotencia y derrota que existía en ellas ante tal cúmulo de violencia que se mostró para llevar a la muerte a Jesús, a lo que se añadía al duelo por la muerte de una persona tan querida.
Con estos sentimientos en su corazón, ellas fueron al sepulcro de Jesús a cumplir todavía con parte de los ritos fúnebres, que consistían en embalsamar el cuerpo de quien había muerto, pues el viernes, como era de la preparación de la Pascua y la víspera del sábado, no hubo tiempo suficiente para embalsamar completamente el cuerpo de Jesús. Tuvieron que esperar que pasara el sábado para terminar con ese rito, por eso fueron hasta el domingo muy temprano.
El Evangelio de Lucas, que es el que se proclama en la Vigilia Pascual de este año, nos dice que al llegar al sepulcro encontraron que la piedra que lo cubría estaba removida, que ingresaron al sepulcro y no estaba el cuerpo de Jesús. Dice Lucas que “no sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos personas con vestidos resplandecientes. Asustadas inclinaron el rostro en tierra y les dijeron: “¿Porqué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí ha resucitado. Recuerden cómo les habló cuando estaba en Galilea diciendo: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará». Y ellas recordaron estas palabras” (Lc 24,4-8).
Estas palabras dirigidas a las mujeres por estos personajes que la tradición, leyendo a los otros evangelistas, los ha identificado como dos ángeles, las coloca nuevamente en el camino por donde Jesús enseñó a caminar a sus discípulos y discípulas, un camino hacia la vida, y una vida con Él y con el Padre (Cf. Jn 14,6). El evangelista San Mateo nos dice que mientras abandonaban el sepulcro vacío y tomaban el camino a llevar la noticia a los discípulos que seguían escondidos, Jesús les salió al encuentro. Lucas nos reporta que ellas creyeron en las palabras de los ángeles porque se acordaron por esos mismos personajes, de que Jesús les había anunciado desde Galilea que Él sería entregado a la crucifixión, pero al tercer día resucitaría.
Cuando las mujeres llegaron a donde los apóstoles, éstos pensaron que desvariaban, pues seguían en las mismas condiciones en las que las mujeres mismas llegaron al sepulcro, abatidos invadidos de tristeza y miedo por la dinámica de violencia y muerte a la que fue sometido Jesús por las autoridades romanas, con la complicidad de los jefes religiosos y las demás autoridades judías, quienes contaron con la colaboración de uno de sus compañeros, Judas Iscariote, para consumar su infamia. El Evangelio de Lucas nos dice que, no obstante la incredulidad de todos los discípulos ante la noticia de las mujeres, Pedro reaccionó y fue corriendo al Sepulcro –San Juan en su Evangelio dice que con Pedro se fue otro de los apóstoles, Juan- y aun cuando solamente encontraron el sepulcro vacío, Juan expresamente dice que en el momento en que vieron las vendas con las que estaba envuelto el cuerpo de Jesús en el piso, y el sudario que cubría su cabeza, doblado y puesto aparte, en ese momento entendieron que Jesús debía resucitar de entre los muertos (Cf. Jn 20,3-10). Lucas nos dice solamente que Pedro “regresó a casa asombrado por lo sucedido” (Lc 24,12).
El caso particular de María Magdalena (Cf. Jn 20,11-18) y de los dos discípulos que desalentados y desilusionados se regresaban de Jerusalén a su pueblo Emaus (Cf. Lc 24,13-35), nos ayudan a entender la situación terrible que dejó en su ánimo la experiencia de violencia desatada contra Jesús para llevarlo a la muerte. Magdalena, llena de amor y agradecimiento por Jesús, a la experiencia tremenda de los anteriores días, añade ahora la preocupación y tristeza por la desaparición de lo único que les quedaba a ella y a las otras mujeres, para venerar y servir al Maestro a quien le debían tanto, que era haber ungido su cuerpo. A los discípulos de Emaús esta violencia había terminado con sus ilusiones de vida personal y la de su pueblo, pues esperaban que Jesús sería el libertador del pueblo judío, del yugo al que los había sometido el Imperio Romano (Cf. Lc 24,21). María Magdalena, turbada por su dolor, no reconoció inmediatamente a Jesús, pero bastó que Él pronunciara su nombre: “María”, para reconocerlo –recordemos que Magdalena era un mote porque era de Magdala. A ella, como a las demás mujeres, le bastó con verlo resucitado para creer y llenarse de inmensa alegría. En el caso de los discípulos de Emaús, Jesús les abrió su inteligencia y su corazón para que entendieran porqué el Mesías debía padecer, y después se les manifestó al partir el pan. Ellos de alguna manera habían condicionado su seguimiento de Jesús a un cierto interés, pero Él sale a su encuentro y los coloca en el camino justo (Cf. Lc 24,25-35).
El grupo de los 11 apóstoles en un principio se resistía a creer en la resurrección corporal de Jesús –Lucas y Juan nos dicen que Jesús tuvo que comer delante de ellos para convencerlos y mostrarles las heridas que en su cuerpo dejaron los clavos y la lanzada en su costado para convencerlos de que no se trataba de un fantasma (Cf. Lc 24,36-42; Jn 20,19-21; 27-29). Como a los discípulos de Emaús, Jesús les explicó lo que estaba escrito de Él en las escrituras, como estaba anunciado que iba a padecer, pero resucitaría de entre los muertos al tercer día y se predicaría en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén (Cf. Lc 24,44-48).
El anunció de que Jesús ha resucitado y la presencia de Él en medio de ellas y ellos, hace que resurjan con y en Él, y que las sombras de pesimismo, de tremenda tristeza y de miedo que dejó en sus corazones la terrible experiencia de la muerte de Jesús, se disipen ante el arrollador triunfo de la vida que experimentan en la presencia del Resucitado. Todo lo que escucharon y vieron en Él, que aparentemente había acabado en nada, vuelve a resurgir, como en la primavera brotan las flores y reverdecen los árboles y todo el paisaje; los trinos de las aves surcan el aire y el correr del agua del río y del arroyuelo adquiere una tonalidad diferente. Ellas y ellos son liberadas y liberados de la violencia y de la muerte que no sólo victimizó a Jesús, sino que, las y los victimizó a ellos mismas. La Buena Noticia (Evangelio) de que Jesús, el que estuvo muerto, ha resucitado, les muestra que para Jesús la muerte no es el destino final de la historia del ser humano, eso ha quedado atrás, se ha iniciado ya el Año de Gracia que Jesús vino a traer a la tierra, como Él mismo lo proclamó en la Sinagoga de Nazaret (Cf. Lc 4, 16-21; Is 61, 1-9).
En mis visitas a las comunidades y parroquias, a los ejidos y a las organizaciones campesinas, a las organizaciones de jóvenes y de grupos organizados de la sociedad civil, en las reuniones de mi presbiterio, en las asambleas diocesanas, en mi acompañamiento a las familias mineras del carbón y a las familias de las personas secuestradas, levantadas, desaparecidas o ejecutadas, en la escucha de periodistas, de defensores de derechos humanos, migrantes, empresarios, trabajadores, mujeres violentadas, en la escucha de lo que ustedes cariñosamente me han confiado, puedo ver que el crimen organizado y quienes dicen combatirlo, nos quieren mantener dentro del sepulcro, esclavizados por la violencia y la muerte, enmudecidos por el miedo y con el rostro inclinado a la tierra, así como estaban las mujeres en el momento en que se les presentan las personas angelicales dentro del sepulcro.
El sistema que por décadas a excluido a las mayorías para privilegiar a unos pocos que se disputan territorios, cargos, personas, recursos naturales y financieros, negocios legales e ilegales, han convertido este país en un inmenso sepulcro. En estos pocos que se disputan todo y que pretenden que nos resignemos a ser mercancía que se trafica, se pacta, se vende o se destruye, no hay respuesta. ¿Por qué buscamos entre muertos al que esta vivo? No podemos seguir esperando que quienes cavaron centímetro a centímetro este sepulcro, sean quienes construyan con ese sepulcro un hogar para todos y todas, como tampoco podemos esperar inmóviles que algo suceda mágicamente, ni que aparezca un caudillo.
A ustedes, a quienes pretenden dejar en el sepulcro, se les anuncia que “Jesús no está ahí, ha Resucitado”. “Levanten el rostro de la tierra” para que puedan ver, que Jesús a quien tanto amamos, en su resurrección nos libera de la violencia y de la muerte que nos victimiza. Hagamos nuestra la inquebrantable vocación de Dios por la vida, seamos mensajeros y mensajeras de esa vida, y con la fuerza que brota de la certeza de que estamos en manos de Dios, hagamos de este país un hogar para que la “Paz con Justicia”, que tanto necesitamos, sea posible.
Como Pastor responsable del querido pueblo de Dios, que peregrina en esta región de Coahuila, con la ayuda de Dios, estaré con ustedes para bendecir cada uno de sus esfuerzos, cada una de sus iniciativas, cada una de sus sonrisas, y asumir como mías cada una de sus angustias, sufrimientos y denuncias. Seguiré el camino junto con ustedes para construir alternativas de vida y signos de esperanza.
Guiados por el Espíritu Santo, bajo la mirada misericordiosa de Nuestra Santísima Madre, María de Guadalupe, sigamos nuestra marcha en el camino que el Padre nos mostró en su Hijo Jesús y, sostenidos por el poder de su amor, que se difunde por el mundo entero a partir de su Resurrección y Ascensión gloriosa hasta la diestra de Dios, sigamos recreando la vida en nuestra patria a través de la restauración del estado de derecho y la justicia que nos conduzcan a la paz.
Con todo mi corazón, con un grande cariño por todas y todos ustedes, les abrazo efusivamente para desearles lo mejor en estas fiestas de la Pascua de Jesús Resucitado y con el mismo afecto les bendigo.
Saltillo, Coahuila, 4 de abril de 2010, Solemnidad de la Pascua
Fr. Raúl Vera López O.P.
Obispo de la Diócesis de Saltillo
“Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga Vida Digna”, Exhortación Pastoral de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), nn 33.34. Febrero 15, 2010
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