516 14 de abril de 2010 |
El Mayo y Marcola dixit Claudio Tapia
En mayo del 2006, el diario O Globo de Brasil, en su separata Segundo Caderno, publicó una entrevista a Marcos Camacho, alias Marcola, jefe de la banda carcelaria de Sao Paulo denominada Primer Comando de la Capital. En abril del 2010, la revista Proceso publicó otra entrevista, ahora a Ismael el Mayo Zambada, líder del cártel de Sinaloa. A cuatro años de distancia, aunque la segunda entrevista es menos puntual en torno a las causas que alimentan al crimen generalizado, se advierte que guardan una alarmante similitud.
La escalofriante entrevista al capo brasileño, cuya autenticidad fue puesta en duda no obstante su verosimilitud, a nosotros los mexicanos, nos pareció ajena, exagerada y apocalíptica. Lo afirmado por el apologista de la cultura asesina de la pos-miseria, no nos parecía aplicable porque vivíamos (eso creían muchos) otra realidad social. La denuncia debió alertarnos, pero nos resultó más fácil negar que aceptar el paralelismo de la descomposición social.
Lo que ahora nos dice nuestro capo en la polémica entrevista concedida a Julio Scherer, nos atemoriza tanto que, al igual que entonces, preferimos cuestionar el trabajo del prominente y valiente periodista, para evitar el enojo que nos produce confrontar la ineficacia de una mal llamada guerra que se perdió porque se mal diagnosticó, se mal planeó y mal enfrentó.
Marcola, en su momento, señaló las pautas de la cultura asesina contra la que, según él, ya nada puede hacerse: “Ustedes nunca se ocuparon de la pobreza cuando era fácil resolverla”. “Ahora nosotros somos ricos gracias a la droga, y ustedes están muertos de miedo”. “En las favelas hay cien mil hombres-bomba”. “Ahora hay una masa cultivada en el barro, que se ha educado en el más absoluto analfabetismo y está diplomándose en las cárceles”. “Es la post-miseria, que genera una cultura asesina, asistida por la nueva tecnología: satélites, celulares, internet, armas modernas”. “Es ahora cuando ustedes empiezan a tener conciencia social. Pero ya es tarde”. “No tiene solución. Necesitarían muchos miles de millones de dólares, y ni eso alcanzaría, sin un profundo cambio psico-social en la estructura del país. Es imposible. No hay solución”. “Nosotros somos una empresa moderna. Si un miembro flaquea, es despedido y puesto en el microondas. Ustedes tienen un Estado en quiebra, dominado por incompetentes”. “Nosotros no le tememos a la muerte. Ustedes están en pánico”. “A ustedes la gente los odia. A nosotros, sea por miedo o por amor, nos ayuda”.
Ahora el Mayo Zambada, que confiesa tener pánico de que lo encierren, que carga miedo, el que se inició en el narco por nomás, menos consciente de la liga del crimen organizado con la marginalidad, con razonamientos mucho más simples que los de su narco-colega, concluye prácticamente lo mismo: “Si me atrapan o me matan nada cambia”. “Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió”. “El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”.
A juicio de Zambada, dice don Julio, el gobierno llegó tarde. No hay quién pueda resolver en días problemas generados por años. “Infiltrado el gobierno desde abajo, el tiempo hizo su trabajo en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país”. “Al presidente lo engañan sus colaboradores. Son embusteros y le informan de avances, que no se dan, en esta guerra perdida”. “El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción”.
En vez de resistirse y negar, reconocer que la seguridad social está en fase terminal, conduce a repensar la mejor manera de sanear la descomposición social que origina la generalización del crimen. Tenemos que convencer de esa realidad a los mano dura, a los cero tolerantes, a los que creen que el mátalos en caliente funciona sin altos costos humanos porque han sido pocos y aislados los casos de homicidios cometidos por la violencia institucional. Ellos, sólo cuentan cuatro muertes, la de gente importante: dos ciudadanos del consulado norteamericano y dos estudiantes del TEC.
Los ciudadanos desinformados, bombardeados con propaganda gubernamental, suponen que no cuentan víctimas como los niños de 5 y 9 años que fueron acribillados en un retén militar en Nuevo Laredo. Seres humanos sin nombre, sin historia personal, indignos de atraer la atención de los medios, inmerecedores de que la esposa del Comandante Supremo se conduela. Se trata, así le dicen, del daño colateral, del precio que hay que pagar a cambio de una prometida seguridad que, sin embargo, no llega.
No podemos seguir ignorando, deliberadamente, la experiencia de otras ciudades en las que se revirtió el incremento de la violencia. En ellas, sus ciudadanos fueron capaces de escuchar esas verdades, de reflexionar sobre las causas últimas de la pobreza y la inequidad social y de evitar el eufemístico daño colateral.
La sociedad de Sao Paulo digirió lo dicho por Marcola. Creación literaria o no, no lo negó, lo asumió, y sus gobernantes, con el apoyo ciudadano, hicieron algo más que reprimir incrementando la violenta confrontación.
Por temerario que parezca, debemos atender lo que acusan Marcola y el Mayo Zambada. No, no estoy pidiendo que nos sometamos a sus pretensiones y menos que no se les combata. Propongo que admitamos la realidad que denuncian, para mejor diagnosticar y actuar en consecuencia.
En Nuevo León, de eso, nada. La inequidad social que nutre al crimen y a la violencia generalizada no figura, ni siquiera, en el discurso académico. Lamentable ausencia en las demandas y propuestas del Tecnológico de Monterrey.
claudiotapia@prodigy.net.mx
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