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919 02 Noviembre 2011

La biblioteca de Bárbara Jacobs
Eligio Coronado

Leer, escribirMonterrey.- Al entrar en la biblioteca de Bárbara Jacobs (Ciudad de México, 1947) nos enteramos de que tiene cuatro: “la de los libros que poseo físicamente, la de los que leí y (…) no guardé y la de los que quiero leer (...) pero que no he encontrado todavía. También (…) la de los libros sobre los que oído o leído tanto que me parece que (…) ya los leí” (p. 11).

En Leer, escribir*, esta escritora mexicana, viuda de Augusto Monterroso, nos habla de diversos temas, entre otros: del primer libro que leyó, de las historias de sus libros, de cómo es su biblioteca, de cuántos libros tiene, de tipos de libros, de sus libros especiales, de los libros con los que se quedaría, de las anotaciones en sus libros, del temor a perder su biblioteca, de cómo acomoda sus libros, de la lectura, de las clases de lectores, de algunos autores favoritos y de cómo empezó a escribir.

Todo lo cual nos parece un ejercicio obligado para escritores porque significa volver a las raíces del oficio y de su formación: “Una tarde escribí el primer cuento (…), pero después de mucha práctica en la elaboración de cuentos orales” (p. 46).

De su biblioteca, iniciada en la infancia con los libros de la familia, señala: “Las bibliotecas personales reflejan no únicamente el gusto de su dueño sino la extensión de su locura de lector. Me refiero a que cuando un lector se aficiona de veras a un autor determinado, es capaz de tener (…) los libros de ese autor tanto en ediciones en idiomas que conoce como en lenguas que no conoce” (p. 16).

Sobre algunos de sus autores preferidos, Jacobs dictamina: “Borges, (…) Onetti, (…) Cortázar, (…) Rulfo, (…) Monterroso, (…) García Márquez, (…) Fuentes, (…) Vargas Llosa. Ocho autores (…) que nos dan el mismo idioma castellano pero tratado de ocho maneras heterogéneas (…). Ocho síntesis de no sé cuántos universos de lecturas multiplicadas y multiplicables” (p. 20).

Según Jacobs, somos lo que leemos, pues: “Cada uno crea su mundo de expresión propio a partir de sus propias lecturas” (p. 20). Incluso: “Cada escritor da a sus lectores sus propias lecturas asimiladas, amalgamadas, concentradas, elaboradas, transformadas” (idem.).

Su experiencia de más de seis décadas como lectora le ha permitido clasificar a los lectores en dos tipos: “Por una parte, están los que son y quieren ser solamente lectores, llamémoslos puros; y por otra, los que además de lectores son o quieren ser a su vez autores o escritores, es decir, lectores impuros” (p. 17).

¿Así que somos impuros por ser escritores? ¿Y no obtenemos ningún indulto o absolución cuando escribimos un buen texto? En consecuencia, si somos lectores impuros, ¿también somos escritores impuros? ¿Y nuestros textos son impuros también? Siempre creí que el sacudimiento emocional y espiritual que experimentamos al crear conllevaba una especia de purificación catártica. La respuesta de Jacobs no resulta satisfactoria: “a un lector impuro lo succiona el más interno de los mundos, que es el de la desconexión con el mundo exterior” (p. 17).

Bárbara Jacobs. Leer, escribir. Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2011. 68 pp. Ilus. por Vicente Rojo.


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