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934 23 Noviembre 2011

FRONTERA CRÓNICA
Ricardo Zavala (1955-2011)
J. R. M. Ávila

M
onterrey.-
El 18 de Octubre del año 2000 se realizó la presentación de mi libro de cuentos Ave Fénix, prologado por Raymundo Elizondo. En el evento, Joaquín Hurtado y Ricardo Zavala no se midieron con sus elogios para la publicación. Joaquín fue más crítico que Ricardo, pero ambos coincidieron en que se trataba de textos muy bien escritos.

Cuando llegó mi turno para hablar, agradecí a Joaquín por presentar el libro aún sin conocerme, y a Ricardo por atreverse a hacerlo aún conociéndome. Pedí, además, a quienes asistieron a la presentación que leyeran con inocencia el libro, pues temía que después de las expectativas que habían creado los presentadores se esperase demasiado de los textos y éstos no dieran el ancho.

Al final, Joaquín y Ricardo me dejaron los textos que leyeron para que los guardara como recuerdo, pero en algún punto de los últimos once años, se me extraviaron y me temo que jamás los he de recuperar. Lo lamento de verdad. Sobre todo ahora que me entero de que Ricardo Zavala ha muerto el 4 de noviembre de 2011.

Supe de su muerte porque Jesús de la Cruz Saucedo, un buen amigo, me hizo llegar un recorte de periódico en el que aparece un texto de homenaje suscrito por once personas. A un lado del texto se encuentra una fotografía de Ricardo con la franca sonrisa que nos recuerda el humor que se gastaba en vida.

A propósito de ese humor, recuerdo que una vez, mientras él y yo conversábamos, se acercó Ernesto Castillo y, refiriéndose a que en esos días empezaba a anochecer más temprano, dijo muy solemne: “Es el equinoccio de otoño, ¿verdad?”. Entonces, Ricardo vio a lo lejos, luego hacia arriba y después a Ernesto para decir muy serio: “¿Qué no es el occipucio?”. Ante lo cual, Ernesto se dio media vuelta y se alejó negando con la cabeza. Ricardo sonriéndome, dijo: “Uh, no aguanta nada”.

Ni con la enfermedad le cambió el humor porque, unos días antes de morir, dos enfermeras se empeñaron en bañarlo y, como él se negara, una de ellas le dijo: “Va a ver que lo dejamos muy guapo”. Total, que cuando terminaron de bañarlo, Ricardo les dijo que estaba muy molesto y exigía ver a alguna autoridad por encima de ellas para quejarse. Las mujeres estaban azoradas porque no creían haberlo forzado a bañarse. Tanto insistieron en que les dijera qué habían hecho mal, que él accedió: “Me bañaron con engaños, prometieron que iban a dejarme guapo y no cumplieron, por eso estoy muy molesto”.

Cuando alguien muere, acostumbramos dar el pésame a sus familiares. Sin embargo, en el caso de Ricardo Zavala, con tantas esperanzas como tenía de sobrevivir a sus padecimientos, debería ser él quien recibiera el pésame.

La muerte es absurda, sobre todo la de aquellas personas a quienes uno aprecia y con las que ha compartido la palabra inteligente. ¿Cómo puede vivir sólo 56 años una persona que tardó millones para surgir en este planeta? ¿Cómo puede desvanecerse así, como si fuera una brizna de nada?

No sé qué más escribir. Esa es la pura verdad.

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