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PERLA
Guillermo Berrones

culturalogoPerla entra al “Mesón de la abundancia” y nadie la molesta. Una canasta con membrillos seduce su mirada y va hasta ella para tomar uno y salir corriendo. Los comensales sonríen. Cruza la calle empedrada que huele a lluvia y se detiene frente a un letrero donde se anuncian “micheladas” y “cheladas” bien frías. Recorre el diseño de las letras con sus dedos morenos. Ha salido de nuevo el sol y su vestido largo es un destello de alegría. La sigo con la mirada y ella sabe que la veo. Sonríe. Sus ojos revelan una inocente malicia y vuelve a correr hasta llegar a “La esquina chata” de donde más tarde sale con una rebanada de tarta italiana. Vuelve hacia mí sonriente y entonces apunto el lente de mi cámara para tomarla. Ágilmente salta y se esconde en la tienda de abarrotes. Sale de nuevo, se acomoda su paliacate amarillo en la cabeza y yo apunto a mi objetivo, que ya para entonces me ha cautivado. Da un giro intempestivo cuando disparo y la imagen es un manchón de colores en movimiento. Pero sigue corriendo hacia mí burlándose pícaramente y a cada flashazo evade con gracia mis intentos. Entonces le suplico: “déjame robarte una foto”. Ella se planta frente a mí y me dice: “bueno, pero si me das cinco pesos”. Acepté el trato y entonces se quedó quieta y sonriente. No fue una, fueron diez tomas que aceptó de buena gana. Y no fueron cinco pesos, fueron veinte y una memorable conversación con Perla, hija de huicholes artesanos que decidieron establecerse en Real de catorce para que pueda ir a la escuela porque en su comunidad indígena (en la sierra de Nayarit) las escuelas quedan muy lejos, a más de tres horas de camino, y no siempre van los maestros, dice su padre, quien se llama Marciano. Su madre vende pulseras, collares, gargantillas y figuras multicolores de gran trabajo artesanal sobre una mesita en contraesquina del “Mesón de la abundancia”. A esta altura de las montañas del altiplano potosino, el desierto no ofrece muchas opciones. El sol dora la piel y el cielo es tan azul en elamparo de San Francisco de Asís. En este ambiente Perla experimentará su primer año escolar. Ojalá esa chiquilla no pierda el encanto de su naturaleza indígena ni su lengua.

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