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VÍAS OSCURAS
Aureo Salas

culturalogoEl crucero por donde pasan las vías del tren nunca está iluminado, la calle cruza de lado a lado y la iluminación artificial nocturna siempre parece terminar a la orilla de las vías, para comenzar de nuevo cuando pasas las paralelas de fierro. De esa zona oscura, un tipo salió corriendo, desesperado y asustado, como queriendo sentirse a salvo a la luz de las farolas.

Julio y Brenda caminaban por la calle, eran una joven pareja de recién casados y acababan de asistir a la boda de una amiga de ella. Caminaban porque aun no tenían automóvil, era una de esas promesas por cumplir, pero no extrañaban el no tener un auto, les gustaba caminar sintiendo su mutua compañía. Buscaban un taxi, pero no con ansia, pues se sentían a gusto paseando en la noche.

En ese momento la calle se hizo angosta y había un tramo que no tenía luz mercurial, era el paso de unas vías por donde pasaba el tren. A Brenda, la visión le dio desconfianza.

—Se ve muy feo, Julio —dijo ella.

—Nada más cruzamos las vías y ya —dijo él—, del otro lado… una calle más allá… está la avenida… ahí tomamos el taxi.

Fue cuando vieron a un tipo que salía corriendo de la oscuridad, era un tipo flaco y desaliñado, de mediana edad y de apariencia descuidada. El tipo, al verlos, los atajó haciendo ademanes grotescos con los brazos.

Julio y Brenda se detuvieron asustados al ver al sujeto. Julio tensó los músculos, parecía que el momento de defender a su princesa a costa de su vida (otra promesa por cumplir) había llegado. Ella intuyó los movimientos de su esposo y se abrazó a su espalda pensando lo peor.

El tipo estaba frente a ellos, negaba con la cabeza y apuntaba a las vías, hacia un punto en donde nada se veía. El individuo movía los brazos y hacía sonidos inentendibles con su boca, mostrando sus palmas insistiendo en detener el camino de la pareja.

—¿Qué quieres? —balbuceó Julio.

El hombre le miraba con ojos asustados, mientras de reojo volteaba a la negrura de las vías del tren e intentaba decir algo que no se entendía, en su cara se observaba una desesperación absoluta y una impotencia al querer explicar algo. Volvía a mover los brazos, hacia arriba, hacia los lados, doblaba sus dedos como una garra y rasgaba cosas imaginarias en el aire. Luego levantaba sus manos por encima de su cabeza al tiempo que asentía, negaba y miraba temeroso las vías.

Julio observó al sujeto y vio que era un hombre enfermo, mudo, tal vez sordo, con una locura desbordada y a la vez inofensivo.

—¡Hazte a un lado! —gritó Julio, mientras tomaba del brazo a su esposa e intentaba cruzar las vías.

El tipo comenzó a brincar frente a él y a gritar en la medida que podía, entonces, desesperado, sujetó el brazo de Julio al momento que negaba con la cabeza y suplicaba con la mirada que le entendieran.

—¡No me toques! —gritó Julio.

Los ojos de Julio se nublaron de coraje y miedo al sentir la fuerza del tipo apretándole el brazo y arremetió a golpes contra el hombre mudo. Su mujer gritó desesperada al ver a su esposo golpeando y pateando como fiera enloquecida al sujeto, que quedó tirado en el suelo sin poder moverse.

—¡Vámonos de aquí, Julio! —gritó Brenda llorando.

Julio la tomó del brazo y se introdujo a la oscuridad que reinaba en las vías.

Y justo cuando pasaban por las líneas de hierro, una silueta alta, muy alta como para ser de una persona, se cruzó en el camino de ambos y entendió una buena parte de todo el evento bizarro por el que había pasado. El hombre que lo detenía era mudo y todo ese tiempo trató de advertirle algo. Brenda pegó un espeluznante grito al ver a la criatura y Julio sólo la observó ir hacia ellos. El contorno de la sombra era como humana, pero solo eso, pues la piel de aquella cosa era gris casi negra, brillaba, parecía un animal, pero no tenía ningún pelo en todo el cuerpo, sus ojos eran grandes y saltones, su nariz contraída y un montón de filosos dientes aparentaban una cruel sonrisa.

¿Qué era lo que estaban viendo? No lo sabían, pero alcanzaban a oler el hedor de su piel y su hocico. Julio quiso correr, huir… volar sujetando a Brenda… pero sólo fue otra promesa arrastrada por el viento. La criatura saltaba encima de ellos. Crujir de huesos rotos y crepitar de vísceras sangrantes en la terrible noche.

El sordomudo se levantó con la boca llena de sangre y la camisa rasgada, miró hacia las vías y distinguió sombras que se movían… no escuchaba nada por su enfermedad de nacimiento… pero con sólo imaginarlo le bastaba. Estaba enojado consigo mismo, el miedo no le dejó esforzarse lo suficiente para que la pareja entendiera lo que quería decirles. Así que se levantó y corrió calle abajo, pensando en su mala suerte por no nacer también ciego y no haber visto lo que esa noche se presentó ante sus ojos.

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