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PROFUNDAMENTE DE OTRO

J.R.M. Ávila

 

Carta escrita por Rebeca Olmedo en Nochistlán, Zacatecas, el 2 de enero del presente año. Días después, su esposo Rubén Armendáriz la recibió y, después de leerla, la quemó en Cutler, California.

 

Rubén:

Esta carta no es como ninguna otra que te haya escrito antes. Disculpa que no desee te encuentres bien de salud. No quiero ser como las enfermeras que primero te frotan la piel y luego te encajan la aguja sin misericordia. Aunque no lo creas, es difícil escribir esto, pero de alguna manera he de empezar por decirte que ya no te quiero.

Tu primer error fue no escucharme. No quería que me dejaras sola y ni quién te quitara la idea de irte: Ya verás que consiguiendo trabajo te mando montones de dólares, tantos, que no vas a saber dónde guardarlos. No quisiste escucharme porque ya lo tenías decidido. Favor grande fue avisarme y ahí estaba yo, de tonta, suplicándote. La pared al menos me hubiera devuelto el eco. Así que te fuiste muy a tus anchas. Al cabo aquí estaban tus padres y los míos, por si algo se me ofrecía. ¿Y a mí para qué me servían ellos si tú no ibas a estar? Me ayudarían si me atacaba el hambre o me tumbaba una enfermedad pero, ¿qué iban a hacer cuando en las noches aullara de ganas por ti? ¿Me conseguirían a otro mientras tú regresabas?

Para los hombres, tan lejos, ¿quién les quita que se metan con otras mujeres? Hasta se han de juntar en manada tras ellas, como garañones. A ustedes se les permiten esos desahogos. En cambio, a una, acá, tan vigilada, tan cortita que la traen, no puede voltear a ver ni al sacerdote en misa, y tiene que apagar a solas sus fuegos, así ande deseosa de sobarse aunque sea con un trapeador o una escoba.

Como bien me lo dijiste, no batallaste para encontrar trabajo. Claro, trabajo que allá no harían ni los perros, pero que da dinero. Eso sí, contrario a lo que yo pensaba, mandaste tanto dinero que llegó el momento en que no supe dónde ponerlo. Pronto se me ocurrió guardarlo en un banco, no fuera a meterse un ladrón a la casa y adiós. Con tanto sacrificio tuyo allá, con un trabajo tan humillante; y con mi sacrificio aquí, sin ti. Pero pensar que te la pasabas sin mujer, de eso ni ilusiones me hacía. No digo que no me importara, pero con tal de que regresaras pronto, evitaba los malos pensamientos.

Yo no tenía fuerzas para soportar el encierro. Necesitaba aire, algo que me apagara el cuerpo, tal vez ir a un lugar fresco, a una alberca, a un río, cuando menos a una de esas tiendas del centro, con clima todo el día. Así que me arreglé y salí. Antes, claro, debí avisarles a tus padres. Cuando me preguntaron a dónde iba, no tuve valor para contarles lo que sentía. Les dije que iba al banco, a depositar los dólares que habías enviado. Me quisieron endilgar acompañante y me negué. No insistieron, pero la sospecha no se les borró de los ojos.

Después de andar vagando por horas, entré a un restaurante y comí como si llevara varios días sin probar bocado. Al salir me detuvo en un cine la imagen de una mujer desnuda a la que un hombre le acariciaba los pechos. Sin pensarlo, compré boleto y entré. Había hombres solos, pero de mujeres nada más yo iba sola. Uno de ellos vino a sentarse a mi lado. Por un momento pensé cambiar de lugar, salir del cine. Pero no lo hice. Había lugares vacíos más allá de mí, pero él escogió sentarse a mi lado. Sin mediar nada, habló de la película. Él ya la había visto tres veces y no se cansaba de verla. Siguió hablando de cosas por el estilo hasta que apagaron las luces y empezó la función.

No me resistí, ¿para qué lo niego? Empezó por mi mano y acabó abrazándome, besándome, enloqueciéndome, estrujándome los pechos, penetrándome con sus dedos. Tú no conseguiste algo parecido en las pocas veces que lo hicimos. No te lo reprocho, pero si he de ser sincera, te lo debo confesar. Nunca me hiciste sentir así ni te preocupaste por que yo lo sintiera. Se trataba de tu satisfacción, no de la mía, ¿verdad?

De pronto vio su reloj y me propuso salir del cine, ir a un hotel, y a todo dije sí. Aún no eran las cinco de la tarde. Me desconozco aún, como me desconocí entonces. Él chupaba mis pechos, me estrujaba las nalgas, me hacía jadear, y llegó un momento en que, su lengua lamió y relamió arriba y abajo mi sexo, y no sé qué me pasó, porque empecé a moverme para gozar más de su lengua, hasta que lo traje a mi boca y casi lo obligué a que se encajara en mí. Así fue la primera vez pero disfruté más en calma las otras.

Ay, Rubén, si tú supieras. Ese hombre abrió puertas que ni yo estaba enterada de que existieran en mí y, ya que se abrieron, no quisiera que se cerraran jamás. No sé qué haría contigo si regresaras con tu calma, con tu ternura, acariciando mi cuerpo como si fuera sagrado, bendito, temiendo hacerme daño, preguntando si me dolía, si no me lastimabas. Y yo, con todo lo que sé, con todo lo que aprendí de ese hombre, con todo eso hirviéndome por dentro, casi por explotar, como un volcán que se la ha pasado en coma por miles de años y de repente resucita, ¿qué iba a hacer contigo?

Quisiera tener a quién confiarle mi dicha sin que me condenara. Pero es mejor que sea secreto tuyo, de ese hombre, mío, nuestro. Es mi destino. Y como puede acabar hoy o mañana, nadie sabe si termine en treinta años. Si al menos me hubiera dado su teléfono le llamaría para verlo no ya en el cine, sino en el hotel, para no desperdiciar tiempo. Necesito encontrarlo de nuevo para que entre en las puertas que abrió en mí y que se quede adentro. He de rastrearlo sin que se enteren tus padres ni los míos ni tus hermanos ni mis hermanos, ni mis amigas siquiera.

Tu dinero está a salvo, no te preocupes. Te dejo la cuenta, la tarjeta y un número para que puedas usarla. Ya veré yo cómo me las arreglo.

 

Se despide, profundamente de otro:

Rebeca

 

El 13 de febrero del año que corre, Rebeca Olmedo apareció muerta en un baldío de Nochistlán, Zacatecas. Nadie supo dónde encontrar a su esposo para darle la noticia.

Correo electrónico: jrmavila@yahoo.com.mx

 

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