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OPINIONES DE UN PAYASO

UNA MUERTE PERFECTA PARA EL PEZ PLÁTANO

Luis Valdez

 

Hace diez años, la única manera de que un adolescente mexicano pudiera leer a Salinger, era conseguir uno de los tres ejemplares que Editorial Alianza traía a alguna feria del libro. Fuera de eso, imposible.

Otros jóvenes (como mi amigo Paulino Ordóñez) optaban por leer a Salinger en inglés. Era más conseguible. Luego de tener la novela El guardián entre el centeno, descubrías que la misma editorial acababa de publicar el maravilloso libro Nueve cuentos. Otra búsqueda desesperada. Otra obsesión por la obra de un escritor escurridizo, desconfiado de la sociedad contemporánea, recluido en su propia granja, receloso de la prensa y la socialité.

Del libro Nueve cuentos, imposible olvidar “Un día perfecto para el pez plátano” y “El hombre que ríe”.

Un par de años más y ahora una novela corta: Franny y Zooey. Salinger ha moldeado el entorno de la familia Glass (cristal), tan brillante y tan frágil. Tan esmerados por brillar entre los demás, pero con la misma tendencia a quebrarse.

Editorial Edhasa no se ha distinguido por ser de las más económicas (sus precios españoles son casi un lujo para los bolsillos de los lectores mexicanos), pero al menos ahí se pueden conseguir más cosas: Seymour: una introducción, y Levantad, carpinteros, la viga del tejado.

Ahora Salinger ha muerto.

Que si Salinger estaba en el punto máximo de su obra creadora, lo estaba desde hace décadas. Que si tenía más para aportar a las nuevas generaciones de lectores, lo dudo. Sus personajes son de una época gloriosa donde la televisión y el cine no habían enajenado del todo a los niños y jóvenes. Donde nunca dejarían pasar un juego de beisbol por quedarse en casa jugando videojuegos. Salinger ya no era de estos tiempos (algunos críticos atribuyen su enclaustramiento por haberse dado cuenta de esto), y cada vez lo comparo más con aquel papel de escritor desconfiado que hizo Sean Connery en la película Buscando a Forrester. Aunque ahí el personaje tuvo una pequeña esperanza. Salinger, ninguna.

 

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