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VIGILIA

Ileana Cepeda

 

Caminaba despacio. Sus pies marcaban los pasos firmes hacia el camino trazado por su mirada. El rostro desencajado no se distraía, no volteaba a ver nada más que el frente. Sus pies comenzaron a sangrar, escurría y dejaba huella en cada paso. Al llegar a la esquina un vacío la introdujo a la cantina que se encontraba con las puertas abiertas. Entró sin pensarlo, dejando atrás el rumbo y su mirada. Despertó de la hipnosis que le había provocado caminar, siempre contaba cuando caminaba y eso le provocaba olvidar todo, dedicarse sólo a caminar, a llevarse contra el aire, sin pensar más allá que en seguir los números.

Le ofrecieron una cerveza, ella la aceptó colocándola en la barra, mientras se miraba las manos como buscándose la vida en ellas, como si las manos le indicasen que ella seguía ahí, en el mismo sitio, donde nació y creció. ¿Había perdido el rumbo?; lo negó con la cabeza, como si alguien le hubiera preguntado. Se sacudió las manos y tomó la botella de cerveza. Volteó a la puerta que la había metido hasta ese lugar y se dio cuenta que al abrirse, se producía una especie de fuerza que atrae al peatón que transita por la calle en el momento en que se abre. Pensó entonces que aquel lugar jamás estaría vacío; este mecanismo actuaba como una invitación obligada, de esas que no puedes zafarte y sientes la necesidad de entrar.

Alrededor, las mesas estaban cubiertas por un mantel de plástico azul con unas grandes flores rosas. Las sillas de madera parecían incómodas, pero ahí descansaban varios hombres que se quedaron dormidos mientras bebían y escuchaban una canción. En la esquina, como debe ser en una cantina, se encuentra la música. Sus colores somníferos y los ojales te invitan a pedir la canción necesaria. A bajo costo tendrás cuatro canciones cantadas para ti. La que ella demandaba en ese momento no aparecía; tardó una cerveza en encontrarla y no la halló. Dejó el costo de la cerveza en la barra y se quedó viendo el tatuaje de estrella que tenía el cantinero en la mano derecha, pero le dio pena preguntarle el significado. Se encaminó hasta la puerta y esperó a que pasara un joven que venía cruzando la calle. Cuando estaba lo suficientemente cerca, abrió la puerta y el joven entró. Comprobando la hipótesis de su parada en la cantina siguió caminando.

Recuperaba el conteo, en cada paso se acortaba la llegada. Detrás de ella sentía el futuro que la alcanzaba previniéndola de su arribo. Buscaba una señal que la detuviera, quería ver el futuro y encontró la estrella que había visto en la mano del cantinero, colgando de la puerta de madera. Revisó la dirección, el número y era la casa. Interpretaba la señal, quería alejarse pero su cuerpo se acercaba cada vez más. Subía silenciosamente las escaleras, pero la humedad de sus pies hacía un ruido inevitable.

Llegó a la puerta y alcanzó a ver el interior del cuarto. Pegada a la ventana se escondió en la pared y eterna voyeur de él se detuvo a mirarlo. Lo reconoció en la espalda desnuda y las manos que acariciaban el cabello de la misma manera que lo hacía con ella. Tenía junto a su cama, una mesa con una pera de vidrio y en ella estaba pegado un post it que decía “vuelvo en media hora no te vayas”

La alcanzó el futuro pegada a la ventana. Observó cómo ella  misma se acercaba y tiraba la puerta, vio cómo entraba al cuarto colérica y les arrancaba de un movimiento la sábana que los cubría. Se vio mirarse al espejo y sorprenderse de su rostro enajenado. Tomó la pera de vidrio, que estaba en la mesa junto a la cama y reventó el espejo de un solo golpe. El espejo se hacía pedazos igual que sus lágrimas salían lentamente, cubrían su cara, su cuerpo y llegaban a sus pies mezclándose con la sangre seca de sus pies descalzos.

Escondida tras la pared se volteó y bajó las escaleras antes que el impulso que la hizo llegar hasta esa puerta la hiciera entrar. Siguió el rumbo de sus huellas secas, volvió sin hacer ruido. Sin el rostro marcado por los ojos que saben, que él sabe, que ella lo sabe. Entró a la casa, preparó la cena y lo espero paciente hasta las seis con treinta. Puntualmente, jaló la puerta que provocó un vacío antes de que él entrara.

 

 

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