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Con el anterior poder había pobreza y la corrupción era recibir un cañonazo de dinero por permitir ganar un poco más sin causar daño al medio ambiente o agotar un recurso nacional. Había sigilo en la actuación burocrática: trabajar con resultados era el objetivo del partido en el gobierno.
Desde 1982 se inicia el parteaguas en el quehacer político mexicano, adiós a la mística revolucionaria, multiplicación de neotécnicos fríos de cabeza y corazón. Comienza a formarse un grupo de poder privado y gubernamental (se confunden); con la venta de paraestatales se crea un Frankenstein sin escrúpulos ambientales, que toma al país como en liquidación y una población sin identidad colectiva, no aportativa, enajenada en un naciente hiperconsumo depredante.
El control económico que antes tenía el Estado, se diluye, y se convierte en espectador de los sucesos nacionales, un facilitador del sector privado. La situación socio-económica es el resultado: no hay control para ingreso de productos extranjeros (próximamente aceites comestibles a $10 pesos con perjuicio y consecuentes costos ocultos en la salud mexicana) o de reglas sólo aplicadas para los de abajo, hay inseguridad galopante y terrorismo ambiental. Lo que queda del Estado no ha querido admitir que la seguridad es ideología y no la hay, por lo tanto estamos huérfanos de Estado. El Estado es fallido al compartir su poder con grupos ajenos a la vida económica interna del país.
El nuevo poder simula que gobierna, que es moderno y administrado pero repite bizarramente lo que hacía el anterior, aliado con dirigentes sindicalistas (antes Fidel Velázquez, ahora Gordillo) abultando burocracia ineficaz e irresponsable que cobra sueldos sin resultados. Se descuida a la juventud sin darle educación humanista que obnubilada en la acumulación material y de capital no cuida al entorno natural, al tejido social y la participación ciudadana. Una asociación explosiva de burocracia que cobra su ineficiencia, por ejemplo, Secretaria de Energía, Agricultura, Trabajo y Director de PEMEX y una creciente población indolente sin reglas ambientales y de buen gobierno.
Se pierde la democracia de grupos progresistas compartiendo el nuevo dominio con uno o dos grupos privados y una delincuencia administrada y organizada, que manipula un gobierno ocioso, indolente y disimulado montado en un poder de escritorio cobrando sueldos sin aportar trabajo, en espera que la solución venga del extranjero en inversión e ideas sin asumir responsabilidad del deterioro social y económico del país. Organizamos Foros para la crisis y por enésima vez vamos a Davos buscando el rostro de la solución donde el presidente confiesa satisfacción en el infierno ¿Las promesas de campaña en qué las sustentaba?
La democracia mexicana de boleta electoral hipnotizó a todos los niveles sociales (extrañamente también en los más bajos) en un falso mundo “que se acorto”, permitiendo que poder económico y capital se acumulen densamente en pocas personas que dirigen un paradigma que permite ser imitado, admirado y pontificado, nunca usurpado y menos ser desplazado.
El actual opio del pueblo es el canto de lo global que mantiene a las masas aletargadas con una “libertad” desidiosa y lejana de la verdadera realidad que es una economía interna sustentable y moderada.
Esa nueva autoridad que actúa con disimulo no tiene espíritu de servicio y no limita sus beneficios en remuneraciones y viajes y ve al ciudadano, no para servirle, sino para endilgarle responsabilidades.
Desde que era oposición el nuevo poder estuvo ausente de ideología, propiciando difamación, buscando lucimiento sólo el tiempo que dura su “infierno” en que atropella hasta las propias instituciones que son cooptadas con presupuestos más amplios para así fortalecer la nueva forma de ejercer el poder amorfo, sin rumbo, fallido, con una nueva forma de gobierno que gasta en imagen virtual, no en desarrollo social, para continuarse y fanfarronear un progreso de un México otrora cuerno de la abundancia agotado en tres décadas.
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