¿NO BASTA HAITÍ?
Leonardo Curzio
Si la tragedia de Haití no consigue erosionar esa palabrería pueblerina y plúmbea que nos impide participar en las misiones de paz de Naciones Unidas y por esa vía cumplir cabalmente nuestra función práctica para contribuir con la agenda de paz y la seguridad, no veo qué podría cambiarla. Haití está en nuestra esfera de influencia, es un país sufrido, humillado, que necesita ayuda de toda la comunidad internacional para estabilizar la situación que hoy tiene y proceder a una reconstrucción que es, hoy por hoy, un imperativo moral para la comunidad de naciones. Hace algunos años cuando se discutió la operación de Haití (MINUSTAH), México decidió no participar, dejando la responsabilidad a países como Brasil y Chile, que aunque sólo fuera por la distancia, tienen menos responsabilidad directa e incluso, me atrevo a decir, menos interés en que la nación caribeña encuentre un camino de estabilidad y prosperidad; sin embargo, los sudamericanos han estado ahí y nosotros no.
No deja de ser profundamente chocante que un país de las dimensiones del nuestro, con una larga tradición multilateral y miembro, en este periodo, del Consejo de Seguridad de la ONU, quiera seguir nadando de muertito en lo que son sus responsabilidades globales. No puede ser que nuestro representante en Naciones Unidad pida, con fundamento, que se amplíe en 3 mil 500 el número de efectivos de las fuerzas de la ONU y que México no aporte ni uno solo. Esa arenga a la participación de fuerzas multinacionales contrasta con el escaso compromiso práctico que México asume en esa misión. Que quede claro que esta omisión no opaca el trabajo que hasta ahora se ha hecho en materia humanitaria y presupuestal para ayudar a Haití en esta coyuntura, son dos cosas diferentes. Lo que es importante definir es que si queremos que haya un despliegue de tropas de la ONU, no podemos pretender que todos los demás las pongan y nosotros no, por seguir enredados en la palabrería histórico constitucional a la que aludía al principio. Me parece preocupante ver cómo el peso de la estabilización de Haití recae crecientemente en Estados Unidos y nosotros jugamos un papel meritorio desde el punto de vista humanitario, pero residual desde el punto de vista de la estabilización efectiva y la reconstrucción de Haití. Creo que es tiempo también de ver claramente que las participaciones humanitarias de cuerpos mexicanos, tanto en Nueva Orleáns, cuando se vio devastada por el huracán Katrina, como ahora en Haití, nos llenan de legítimo orgullo y nos permiten ver la mejor cara de nuestro país y proyectarla hacia fuera. Somos un país que está ayuno de éxitos y de reconocimiento en el exterior, y la generosidad y también pericia desplegadas por nuestros compatriotas en Haití nos reconforta y nos complace. Esta tragedia debe superar las objeciones de los guardianes de la ortodoxia y a los políticos timoratos para que dejen en el desván de la historia todas sus aprensiones, cuitas y centenarias desconfianzas y permitan que la política exterior se renueve con una causa noble e imperativa que es ayudar a un país devastado a salir de la situación que hoy vive. Ayudar a Haití, a través de una fuerza multinacional, no es violar la autodeterminación de un pueblo, ni invadirlo, ni inmiscuirse en sus asuntos internos. Es arrimar el hombro ahora que se necesita, pero también arrimarlo una vez que la emergencia ha pasado. Haití está en nuestra zona de responsabilidad y el alma nacional está conmovida por esta tragedia que ha tocado a millones; si esto no nos lleva a cambiar, no veo mejor ventana de oportunidad para reabrir un tema que todos los visitantes distinguidos a nuestro país ponen sobre la mesa, desde Ban Ki-moon hasta Sarkozy pasando por Lula.
Como ha escrito Ban Ki-moon en un artículo publicado en estas páginas (20/01/10): “La grave situación haitiana es un recordatorio de nuestras grandes responsabilidades…”.
Analista político
El Universal
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