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11 de mayo de 2010
15diario.com  


 

Madres solas y ambiciosas

Graciela Ríos

Son las 6 de la mañana y digo en voz alta “Buenos días, amores. Ya es hora de levantarse”.  Mi hijo responde somnoliento: “Buenos días, pollita, ¿cómo amaneciste?, ¿dormiste bien?”, e inmediatamente, mi hija, batallando aún más para modular su voz, dice: “Buenos días mamita linda, ¿sabes que soy tu fan número uno, preciosa?”. “Te amooo”, dicen los dos al mismo tiempo y sus vocecitas se escurren por mi torrente sanguíneo impregnando cada una de mis células.

 

Cierro la puerta y siento que ésta y todas las madrugadas, ésta y todas las amarguras y las desveladas, éste y todos los días y todos los cansancios, y los problemas y los enormes retos y cada uno de los segundos que he vivido junto a ellos, han valido la pena, de manera extraordinaria. Ser madre sola de uno o varios niños no es tarea fácil aún y cuándo la decisión haya sido propia, voluntaria, cuidadosa, planeada, deseada.

 

Poco se ha escrito sobre el mejor patrón a seguir para la educación de niños cuando solamente uno de los padres se hace cargo. Cuando el otro no existe o existe de manera fantasmal. Escaso es el apoyo que se recibe porque en el fondo la mayoría piensa que la elección fue personal y por tanto, que se deben asumir las consecuencias de manera individual. “Querías bicicleta, pues pedaléale, chula”, han llegado a decir, increíblemente, algunos.

 

Los soportes escolares son insuficientes. Ni directivos ni maestros saben cómo tratar estos temas. Ofrecen el mismo porcentaje de apoyo en becas a una madre sola con varios hijos, que el que le dan a un hijo que tiene a sus dos padres. Y los maestros siguen enseñando que el modelo familiar, sostén de la sociedad, es el que incluye madre, padre e hijos y, todos los ejemplos sobre roles familiares se basan en el padre fuerte, protector y proveedor y la madre sumisa, amorosa, dulce y tonta.

 

Un profesor se burló de mi hijo frente a la clase porque cuando le preguntó el nombre de su padre, éste le dijo que no lo sabía. “Ni eso…”, le respondió en tono hiriente.

 

Las instituciones, todas, aún no tienen contemplado otras posibilidades distintas a las que por décadas rigieron en la sociedad. Basta con fijarse cómo están elaboradas las ofertas para tomar alimentos en un restaurante o para adquirir un viaje de recreo. En ellas, se requiere siempre de dos adultos que acompañen a los niños para que éstos “sean” gratis. Mientras que hay miles de familias en donde su constitución es de dos o más niños bajo el cuidado de un sólo adulto y justo ahí, es en donde más se necesitaría un descuento. Sin embargo, lo que más duele no tiene nada que ver con eso, sino con aquello que daña el alma de nuestros pequeños.

 

La ignorancia, la suspicacia, el miedo a lo diferente, los falsos ideales, provocan en los padres tradicionales una actitud crítica hacia las madres solas que al trasmitirla a sus hijos, éstos no dudan en repetir a través de bromas hirientes, que vuelcan sobre los inocentes que están siendo educados solamente por sus madres, dañándolos en ocasiones de forma permanente.

“Muero de ganas por visitar la ciudad donde nació mi papá para ver si puedo conocerlo”, dijo mi hija. “Ay, ya deja de soñar y métete en la cabeza que tú nunca sabrás quién es tu padre”, le respondió su “amiga”.

 

Es como si los integrantes de las familias de estructura tradicional separaran en su mente dos escenarios opuestos y paralelos, como lo son la luz y la sombra. Por un lado configuran el ideal de lo que “debe” ser la familia, e imaginan y proclaman un mundo en donde no falta nadie y en donde todos cumplen con sus roles eficientemente. Está el padre proveedor que brinda seguridad y la madre amorosa que cuida y protege. Una familia ideal en donde todos se quieren, se respetan y se aman y, todos unidos avanzan por el destino,  casi tomados de la mano, venciendo los obstáculos que se les pudieran presentar.

 

Por otra parte, desdibujan a la familia real que poseen y fingen no darse cuenta que el padre ha tenido una o varias amantes, que el tío levanta la falda de las muchachas del servicio, que el abuelo abusa del alcohol, que se sube la voz y la mano frecuentemente, y lastiman y golpean. Parece que no saben, no miran, no recuerdan, que al primo aquel lo metieron alguna vez a la cárcel, que la tía tal es adicta a los casinos y al juego, que ese otro sobrino es homosexual, que, en resumen, son una familia integrada por seres de carne y hueso que sufren, se equivocan, se traicionan, se lastiman, se aman, se distancian, tienen defectos y se unen, como cualquiera.

 

Las mujeres solas, las que decidieron tener un hijo por reproducción asistida, las que fueron abandonadas por una pareja que no soportó la idea de madurar a través de la paternidad, las viudas, las divorciadas, las solteras que resolvieron adoptar para entregar su amor a niños tirados en la basura o en las calles, anhelamos lo mismo para nuestros hijos que lo que cualquier madre o padre pudiera desear: verlos felices. ¿Por qué resultará tan difícil comprender esto y al menos, no estorbar?

 

grios@assesor.com.mx

 

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