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LA PRINCESA ALAMEDA
Gerson Gómez

culturalogoLa primera salida en la inicial semana de trabajo en Monterrey, Dámaris trozó el cabello largo.
Asistió a la estética unisex de la calle Ruperto Martínez. Lo lavaron, cortaron y tiñeron color rubio cenizo. Pagó doscientos cincuenta pesos.
Después de ahí, caminó chacualeando las gastadas suelas de los huaraches.
Entre los puestos, detuvo la marcha.
Risas acompasadas salieron de las bocas de sus primas, que tienen mucho más colmillo y dos años viviendo en Monterrey.
Hicieron una vaquita y le compraron varios juegos de sostenes y tangas.
Firmaron de aval solidario en el negocio de telefonía celular, para sacar plan tarifario accesible.
Rolaron buscando zapatos cerrados, que evitara a los patrones enterarse del pie de atleta y de los hongos en las uñas de los pies, que con tanta pena cubre con esmalte de uñas color rojo.
Colocaron el total de las compras a buen resguardo.
 Doña Bruna da servicio para las trabajadoras domesticas que se reúnen a divertirse los fines de semana en la Alameda.
Dámaris y sus primas pagaron veinte pesos por maleta.
Les entregaron contraseña, advirtiendo: tienen hasta mañana a las doce del día, para recuperar, de lo contrario cobrarían menaje, y serían otros 20 pesos.
En el interior del bar la Rocka compraron cubeta cervecera.  Brincaron con música de banda y el punch de los teclados mágicos de Enrique “El Pulpo” directo desde Ciudad del Maíz.
Siguiendo fiesta, en el Escorpión Azul, por vez primera, Damaris jugo billar al tiempo que consumía cacahuates con chile y abundante cerveza de barril.
Con sus primas celebró los goles de los Tigres que transmitieron por televisión de paga.
Le mentó la madre al árbitro con ligereza cuando expulsó al goleador argentino que tan guapito está.
Dámaris alegre confiada estómago desconcertado carente de alimento sólido, siguió bebiendo.
Llegaron al Bananas, el reggeton es la nueva música nuestra, olvidando la polka o chotis.
 Movimiento cadera arriba abajo a un lado al otro.
Sus primas le rolaron en el baño, bolsa de zip lock azul, dos puntas cocaína, Dámaris refrescada, mente limpia, continua bebiendo.
Adquieren otra cubeta. Siente cosquillas en el corazón. Mojada pantaleta, fantasea en miradas fugaces.
Entre multitud, canciones tejanas norteñas.
Cipriano observa fijamente. Damaris da mano. Juntos abandonan lugar. Hotel Paradiso, cuarto 20. Apagan luz, prenden abanico.
Al besarse cuerpos entrelazan.
Dámaris, elegida reina de la alameda Mariano Escobedo.
 
 
 
Dámaris no bien celebró sus quinceaños.
Las primas paternas la recomendaron con los patrones, quienes la encomendaron con  sus amigos del Alpino Chipinque para ir por ella a Cedral, San Luis Potosí.
Los Martínez prometieron cuidarla bien, pagar educación y sueldo razonable.
Depositado una parte, puntualmente vía dinero express. La otra fracción en metálico.
El lunes que no llegó a trabajar indagaron con las primas. Ellas facilitaron el número celular que siempre sonó apagado.
Pagaron menaje sus primas con Doña Bruna. Abrieron las maletas. Todo en orden.
Al otro extremo de Chihuahua, Dámaris emprende profesión en un prostíbulo enclavado en la sierra.

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