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ÓPERA PRIMA
ELLA USÓ MI CABEZA
COMO UN REVÓLVER
Fui puntual. Adentro de su cuarto estacioné mi bicicleta. Una pequeña habitación a media luz. Una estufa, un refrigerador de los que no hacen escarcha, un peinador con un grande espejo y una televisión a color. Tenía derecho a estar con ella dos horas antes de irse a trabajar.
La conocí una de esas noches en las que salía a merodear la ciudad en mi bicicleta. No tenía cosa mejor que hacer en las vacaciones de verano. Las calles de la ciudad lucían desiertas. Basura. Luz mercurial y ella parada a la orilla del puente. Vestía minifalda negra, blusa escotada del mismo color y colgaba un bolso de su mano.
En su casa había un altar a la Santa Muerte. Veladoras acomodadas sobre el piso, un puñado de escapularios, ramos de rosas secas dentro de un cubeta con agua. De las paredes se desprendía un fuerte olor penetrante a espermatozoide.
Le había prometido el nuevo disco de un cantante de música pop. Norma, la del brazo de oro, me había invitado a ver juntos su telenovela favorita. Vivía sola en una de las tantas calles de una colonia barriobajera.
Por la televisión, el actor juvenil lloraba por el amor de su co-estelar. Norma no quitaba la vista de la pantalla salvo en los comerciales. Era cuando me ponía atención y agradecía el obsequio bajándome con los dientes el cierre del pantalón.
Nos fuimos a su cama. Ante tal muestras de afecto fui una presa demasiado fácil. Dócil a sus peticiones ya me hincaba, ya me paraba, ya le mordía o apretaba aquella parte de su cuerpo que me indicaba. Mis movimientos de principiante le daban ternura hacia mi persona.
Las visitas a su casa se intensificaron. Los domingos –su día de descanso-la acompañaba a pasear a sus hijas al parque. Las horas se nos iban caminando, tomando agua fresca y comiendo algodones de azúcar pero, eso no era siempre.
Sucedía que en el invierno, su carácter cambiaba radicalmente. La reuma que le aquejaba el brazo donde le injertaron platino, era insoportable. Todo por un maldito accidente automovilístico. Ella le hacía sexo oral un funcionario público. Cuando tenía oportunidad me volvía a platicar lo de su accidente y clientes distinguidos. Me hacía saber la suerte de tenerla a su lado pues aunque la conocí en la calle, ella formaba parte de un prestigioso catálogo de chicas solo para ejecutivos.
No estaba en condiciones para no creerle. Alta, delgada, grandes pechos y un trasero fenomenal.
-A qué chingados vienes si no traes billete. -Estoy ocupada. -Atiendo a un cliente.
Los gritos hacían que poco a poco las dulces imágenes por el parque pasaran a ocupar un sitio en algún lugar oscuro de mi cerebro. Ahora era ella la que me inspiraba ternura. Dejaba que me gritara. Siempre me he sentido un hombre manso, bueno y me decía a mí mismo que tenía que darle otra oportunidad. Me iba a la cocina por un vaso de agua y le daba un par de aspirinas. Sentado sobre su cama le decía que tenía razón. Entonces estallaba en llanto. Entre sollozos se cambiaba y antes de irse me reconciliaba.
Pasado el tiempo tuve que vender mi bicicleta. El pretexto, un nuevo disco de éxitos de su cantante favorito.
El dolor desaparecido y una propuesta de la cual no podría rechazar, le daban la bienvenida a la primavera. Dejar de estudiar a cambio de dinero, casa y, paseos dominicales en familia.
Mientras se entretenía con mi sexo, por la televisión, el actor juvenil, después de un centenar de capítulos volvía a sonreír por el amor de su co-estelar. Igual me sucedió a mí.
Cerré mis grandes ojos y pensé en el futuro.
Erick Pérez
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Narrador regiomontano, nacido en Monterrey, N.L. el 17 de febrero de 1971. Ha tomado diversos cursos literarios organizados en la Casa de la Cultura y en el ITESM. Participa en la antología "Album blanco".
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