SENSACIONES DE AGONÍA (VI)
Tomás Corona Rodríguez
Doña Florentina, con sus 76 años a cuestas, se encontraba sola en la vieja casona, se levantó de su sillón favorito y caminó despaciosamente hacia la puerta que alguien tocaba con grosera insistencia, intrigada preguntó quién era, pero no hubo respuesta, por el contrario los golpes en la vieja madera se tornaron más violentos… No le dio miedo, había vivido ya tantas cosas. La abrió con cierto recelo y sus ojos secos se sorprendieron al ver varios encapuchados que apresuradamente se dispusieron a entrar, atropellándola, un costal de huesos rodó por el piso de duela desvencijada.
- ¿Dónde está Orlando? Dijo la estentórea voz…
Turbada por el maltrato de aquel infeliz, la viejecita contestó débilmente:
- No sé, aquí no vive, hace mucho que no viene, es mi nieto consentido…
Una patada en su dolorido pecho la hizo vomitar sangre. Ella sabía que su nieto andaba en malos pasos, pero nunca se imaginó aquel horror.
- ¡Búsquenlo!, replicó la iracunda voz del encapuchado que parecía ser el líder, lo quiero vivo...
Eran siete, y en pocos minutos, destruyendo todo lo que encontraban a su paso, aquellos energúmenos voltearon la casa al revés. El susodicho no estaba y seguramente la inocente ancianita pagaría las consecuencias. Se puso a rezar fervorosamente esperando lo peor. El hombre bestia dio la señal y uno de los pelafustanes se montó sobre ella y rasgándole la ropa comenzó a desnudarla… entonces como un inesperado milagro, la mano izquierda de la viejecita comenzó a paralizarse, el agudo dolor subió por el brazo, hasta el hombro y pronto, muy pronto llegaría a su palpitante corazón… todo lo demás ya no importaba. En aquel momento ella sintió que un ángel de luz la levantaba entre sus brazos para llevarla directamente al paraíso de los mártires…
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