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A LA MEMORIA DE WENDY

David González Cantú

 

Cuando la encontré de nuevo, después de treinta años, sin querer, casi sin reconocerla físicamente, vieja, con sobrepeso, pelo ralo y pintado color zanahoria, que apenas ocultaba sus raíces blancas, pero con la mirada triste que siempre la caracterizó, esperando en una mesa del centro comercial. Sin duda sus ademanes, sus gestos son los mismos de aquella mujer.

 

¿Qué estaría pensando?; quizá, si su vida fue lo que imagino, los sueños siempre postergados, viajes que ya cumplió pero sin la pasión que poníamos al soñarlos; ¿seguirá leyendo compitiendo con mis lecturas?; ¿me imaginará como era antes? Si me acercara en este momento, ¿me mirará por el rabillo del ojo, como la primera vez?

 

Cantará y seguirá escuchando las mismas canciones que cantábamos a coro con los amigos en las reuniones de cerveza y música.

 

Brindará algún día con un buen vino por mí y los días que no vivimos.

 

Seguirá inventando platillos para comer en la cama viendo la televisión.

 

¿Alegrara a alguien con su sonrisa?

 

En su casa habrá una ventana abierta por donde pudiera entrar nuevamente, o vivirá como casi todos los habitantes de esta ciudad, con todas las ventanas con rejas como en una prisión.

 

Si la invitara nuevamente a huir de esta ciudad miserable, dejar todo, viajar sólo con lo que cargáramos en nuestras mochilas, y detenernos en alguna ciudad que nos ofreciera un ambiente amigable y establecernos para inventar nuestra propia historia, tal vez, ¿esta vez dijera que sí?

 

Si ella me invitara a arrojarme al acantilado, de aspirar a tener una casa en colonia clase mediera, dos carros, un perro, dos hijos, un trabajo estable con horarios estables, amigos y vecinos de reuniones un día a la semana, vacaciones al año en la playa, navidades con arbolito y regalos, ¿nuevamente me negaría?

 

Seguirá brillando esa pasión  por los desposeídos, su coraje y frustración por no poder hacer nada, aceptará que aún siga trabajando con los niños perdidos por sus padres y viva aún en el país de nunca jamás, donde el dinero no existe.

 

El reflejo en una vidriera me da la imagen de un desconocido, calvo, con demasiado vientre y desaliñado, me recuerda porque Peter Pan no tenía sombra.

 

Regreso por donde llegué, pensando que por lo menos no perdí los sueños.

 

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