635 29 septiembre 2010 |
De piropos, videos y el eterno adolescente Cuando hace diez años vimos Malena, recuerdo que dije: “Esta película debe estar en nuestra videoteca”. Lo que yo menos esperaba era un debate sobre las capacidades histriónicas de la Bellucci o acerca del talento de Giuseppe Tornatore y claro, no vino nada de eso, la reacción fue la esperada: “Mira, mira, no me digas que por las capacidades histriónicas de Bellucci o por el talento del director. Todos los hombres son iguales. Esos niños asombrados que al ver unas buenas nalgas se van detrás”. Ella tiene razón, la mayoría somos incorregibles, lo acepte usted o no. La pasión obsesiva de Renato Amoroso por Malena Scordia es una reminiscencia del adolescente que todos llevamos dentro. Me acuerdo de la anécdota porque acabo de ver a la actriz en el nuevo anuncio de Martini Gold y Dolce & Gabbana. Esplendorosa además en una serie de fotos circuladas antes del estreno que sería el 20 de septiembre. Los niños (y adultos) que saltaban de gozo detrás de Malena ya crecieron. Ahora la Bellucci se pasea por las calles de Roma con un vestido negro, pleno de encajes, labios rojos, lentes obscuros, pelo suelto, bolso al hombro, zapatos de tacón alto... dejando a su paso una estela de sensualidad y fragancias que imantan a una palomilla de hombres que van detrás de ella con un regocijo inocultable. Ahí va ella con toda su femenina humanidad caminando por la Fontana de Trevi, cruzando la Plaza Navona, alborotando íntimas tempestades a cada paso, provocando una urdimbre de deseos varoniles aglutinados detrás suyo por docenas. El comercial de Martini Gold, dirigido por Jonas Akerlund, está basado en la famosa fotografía American Girl in Italy, captada en Florencia en 1951 por Ruth Orkin, que trabajaba para la revista Life. En una lejana sesión mi terapeuta me hizo el señalamiento. Cuando los hombres se turban rodeados de una colectividad por lo general sienten cómo se desfasa el centro quedándose con escaso control. Si invertimos los roles de género de la foto de Orkin es casi seguro que si la turbación aparece antes que el aplomo el hombre no se recupere del todo. En cambio, me decía el especialista, si una mujer entra a un auditorio lleno de hombres (pero puede ser un bar, un salón o esa esquina de Plaza de la República en Florencia) la mujer, una vez pasado el primer momento, florece. La joven captada por Orkin tiene un signo de fragilidad en el rostro, acaso sea ese momento de turbación o puede ser también que esté experimentando la profunda soledad en tierra ajena, pero lo cierto es que no pierde el garbo. Ella camina entre por lo menos 15 hombres que, en un trecho de aproximadamente 25 metros, la cubren de miradas y piropos… esas caricias verbales en peligro de extinción en el mundo contemporáneo. Las imágenes manejadas por Akerlund captan la idiosincrasia masculina y el espíritu femenino que emerge. Cuando la musa de Dolce & Gabbana se sabe apreciada por múltiples viriles miradas… sonríe. La música al fondo es el tema de Alberto Testa: Quando, quando, quando. Akerlund es un cineasta sueco descubierto por Madonna en tiempos de Ray of Light y desde entonces contratado para innumerables comerciales y muy creativos videos de rock, entre los que destacan (para seguir señalando bellas) el de Christina Aguilera, P!nk y, entre los más recientes, unos de Nelly Furtado y Telephone para Lady Gaga, quien se hace acompañar por Beyoncé. La novedad es este para anunciar el Martini Gold con la voluptuosa actriz italiana vestida por Dolce & Gabbana, moviéndose radiante y a la vez misteriosa por los lentes obscuros, a sus anchas, en lo que se menciona como un tributo a la Dolce Vita de Federico Fellini. Como actores aparecen precisamente Domenico Dolce y Stefano Gabbana, dos tipos que la esperan en un bar lleno de hombres que levantan sus copas (de martini por supuesto) cuyo dorado contenido brilla a todo color en la escena blanco y negro. La Bellucci se desplaza por esos escenarios de Fellini, a su belleza enmarcada por Roma se le impone un aura, de pies a cabeza, en forma de un revoloteo de miradas que aumenta a cada paso. Desde los balcones y las ventanas primero. Luego la van siguiendo unos cuantos hombres, enseguida se incorporan otros más y al cruzar los cafés al aire libre y las fuentes callejeras se agregan más. Y hay algo, además del encanto de la italiana, que también llama la atención… la preciosa botella de martini diseñada por Dolce & Gabbana, a todo color. El video completo es en blanco y negro y ciertamente el único color es el dorado de la botella de Martini Gold, a través de la red del bolso femenino, y cuando alguien la enarbola para recordarnos que se trata de un comercial, Monica Bellucci se quita los lentes de sol y deja expuesta su identidad, se detiene en un bar en cuya entrada se aprecia el emblema de Martini y donde se encuentra con dos amigos: Domenico y Stefano, que la esperaban sentados en una mesa. La estantería detrás del cantinero está llena de Martini Gold. Los tres celebran el encuentro. Todo mundo brinda con ellos. En la época en que mis amigos y yo comenzábamos a crecer, los piropos a las mujeres eran cotidianos, imprescindibles. Los había en variedad de estilos y en su aplicación, cuando iban dirigidos a mujeres desconocidas, si bien rondaban el acoso, privaba el buen tacto. Cuando una mujer pasaba cerca del grupo de varones, grandes y chicos, recibía un caudal de halagos verbales y silbidos de apreciación; por supuesto su figura se vestía con todas las miradas que la desvestían. Ellas sonreían más por dentro que por fuera y por lo general un genuino rubor las hacía más hermosas: florecían. Una faceta inagotable en la conquista de mi mujer se encuentra en la veta de mis piropos. Versos a cualquier hora. En el principio fue el verbo. Poemas y cartas enfebrecidas, tarjetas llenas de líneas con imágenes y metáforas que infunden su florecimiento. En esto el temperamento mexicano se emparenta con el italiano. Algo me recuerda en este momento el musical Nine, que llegó a la pantalla el año pasado con una esplendorosa actuación de Penélope Cruz, entre otras actrices: Marion Cotillar, Kate Hudson con su Cinema italiano, donde canta: “I Feel my body chill / Gives me a special thrill / Each time I see that Guido neo-realism”. Pero la memoria me indica sobre todo esa parte cuando Guido y su pandilla (en un flashback a la infancia) abandonan la escuela para visitar a La Saraghina, encarnada por esa otra diva llamada Fergie. La Saraghina es una puta que les enseña las delicias del sexo. Los chicos acuden a mirarla, admirarla, adorarla… y finalmente el ritual culmina con la iniciación. En una de las cuadras de mi infancia, al otro lado de la tiendita donde nos juntábamos a perder el tiempo, había llegado a vivir una pareja de recién casados. El era un hombre fornido, uno de esos tipos que hacen pesas, y se notaba que era de lo más celoso. Ella era una mujer rubia, muy blanca, sin pecas, tan exuberante como la Bellucci. En esa época las mujeres tenían formas abundantes. Cuando la pareja volvía en su auto y estábamos reunidos ahí en la cuadra, todos suspendíamos la acción —aun si estábamos en medio de una cascarita— para admirar a la hermosa mujer, todo lo cual desde luego no pasaba desapercibido para el marido, que ponía ceño de furia. En suspenso mirábamos cómo se bajaba del carro, apreciábamos el talle del vestido, las piernas que mostraba al bajarse del auto, el vuelo del cabello, el modo de caminar... No faltaba un silbido apreciativo por alguno de nosotros y los piropos en voz baja que querrían llegar a los oídos de la joven esposa; hasta que ella, con todas esas curvas generosas, se perdía en el interior de la casa. Entonces todo volvía a su curso, en medio de nuestra felicidad. Aunque siento que caigo en una especie de digresión, no me resisto a contar esto: una vez, cuando el marido se alejó solo en el auto, uno de los mayores de la palomilla, Pepe Serna del Campo —audaz, atrevido y con una gran esperanza—, se aventó y se introdujo al pasillo que llevaba a la entrada de la casa. Unos minutos después salió con su desdicha a cuestas y una bien marcada cachetada. Pepe ya murió, pero en la tumba ha de seguir sintiendo el ardor de la desilusión en el cachete y las crueles carcajadas del coro en la esquina. Monica Bellucci ha desarrollado una ecléctica carrera en el mundo del cine, lo mismo en Italia que en Francia o los Estados Unidos, y va y viene del cine de autor al comercial, y es Malena la película en la que precisamente la sensual actriz se consagra como una Sex Symbol a sus 35 años. Hoy, diez años después, su belleza sigue floreciendo. Y es verdad que en casa no tenemos la filmografía completa de Giussepe. Pero sí está Malena.
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