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DESEO
J.R.M. Ávila

culturalogoSi pudiera volverme invisible no me sucederían estas cosas, pensó Emilio cuando, acompañado por la amante, se encontró con la esposa. Recordó los cuentos de tres deseos cumplidos y se dijo que se conformaría con uno. Pero ni vivía en un cuento ni existían los genios ni había manera de que la esposa no los viera, de manera que le informó a la acompañante que le había mentido, que no se llamaba Enrique sino Emilio, que era casado y no soltero como le había jurado para llevarla a la cama, y que la mujer que se les acercaba era su esposa.
La amante no lo soltó de la mano, siguió caminando a su lado como si no hubiera escuchado la confesión. Se va a dar cuenta, dijo él casi con violencia. ¿De quién hablas?, dijo ella. ¡De mi esposa!, contestó entre dientes, apuntando con la mirada a la mujer que estaba casi a tres metros de ellos. ¿Te estás volviendo loco?, dijo la amante. Yo no veo a nadie, tú no tienes esposa y sólo tienes una novia que soy yo. En tanto, la esposa se acercaba hecha una energúmena y le soltó una frase terminante: Tenemos que hablar.
Emilio estaba acorralado. Era obvio que la esposa deseaba hablar de la situación sin escándalo. Quiso hacer presentaciones pero le pareció ridículo y decidió no hacerlo. ¿Cómo iba a decirle a la esposa: Ella es Liz, mi amante? ¿Cómo iba a decirle a la amante: Mira, ella es Dalia, mi esposa? ¿Cómo reconocer que a ambas las engañaba? No, eso era punto más que imposible.
Me acaban de decir por teléfono: Parece que tu esposo te engaña. ¿Es cierto eso? Eso dijo la esposa. Él se quedó callado. Lo más cómodo sería decirle que no era cierto. Sin embargo no lo hizo porque a su lado se encontraba Liz. ¿Cómo iba a negarla, cómo iba a decir a la esposa que a la gente no se le debía dar tanta importancia, que hablaba por hablar? La esposa le dijo: ¿Es cierto? Necesitaba un sí o un no. La amante no daba crédito, parecía que su novio hablaba con el viento. Le dijo: ¿Estás bien? Él contestó: Sí. Y entonces la esposa puso el grito en el cielo. ¿Y me lo dices así, tan campante, como si fuera una gracia que me engañes?
Él dijo: Perdón, perdón, perdón. La amante lo sacudió de los hombros. El exclamó con vehemencia: ¡Déjame, no quiero volver a verte!, y se liberó de un tirón. La esposa dijo: ¿Y para qué quieres que te deje, para irte con otra? No se te va a hacer, ¡primero muerta! ¡Y nunca, óyelo bien, nunca más te atrevas a tocarme! La amante dijo: Es lo último que te aguanto. Después dio media vuelta y se alejó. Él volteó a ver a la esposa, ella le plantó la mano abierta en la mejilla izquierda y se marchó también.
Avergonzado, quiso saber si la gente había visto la escena. Nadie reparaba en él. Vio sombras de otros pasando a su lado, pero no la suya. Una mujer volteó al escucharlo decir: ¡Malditos deseos cumplidos!, y al no verlo siguió su camino.

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