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CANARIOS Y BEGONIAS
J. R. M. Ávila

En cuanto la ve llegar, el anciano se deshace en atenciones, le abre la puerta, le pide que pase al porche, le cede la mecedora en que él se sentaba. La anciana, al reconocerla, dice que ya tiene las begonias que le había prometido la semana pasada. Caro le contesta que no se preocupe, que no viene por eso, que se trata del canario (Vicentico) que ha dejado de cantar, que quisiera comprarles una canaria para que lo acompañe.
Se miran y él le dice: Se tiene que acostumbrar, ya verá cómo con el tiempo se le pasa y canta de nuevo. La mujer lo secunda. Caro les cuenta que antes teníamos una pareja de cotorritos que cantaban mucho y, mientras ellos vivían con nosotros, el canario no cantaba. Lo curioso fue que nada más se murieron (juntos, el mismo día, por cierto) el canario se soltó cantando como desatado.
Pero ahora ha sucedido igual que con los cotorritos, dice Caro, en cuanto llegó la pareja de canarios, se quedó mudo el cantador. Trina de vez en cuando, pero de pronto parece recordar que tiene vecinos y no vuelve a hacerlo hasta que se olvida de la compañía y suelta de nuevo sus trinos. Por eso es que ha venido, a ver si tienen una canaria que le vendan.
Vuelven a la carga diciendo que el canario se acostumbrará con el tiempo, que se le va a pasar y cantará de nuevo. ¿Y si no se le pasa?, dice ella, ¿Si se me enferma o se me muere porque se siente solo? Al oír esto, el anciano le dice: La verdad es que no tenemos canarias. ¿Y las de cada parejita?, insiste Caro, señalando las jaulas que cuelgan en el porche. Anciano y anciana callan apenados como si los hubiera descubierto en la mentira.
Después de unos instantes de incómodo silencio, el hombre dice: Lo que pasa es que no tenemos canarias solas y no podemos venderle una de éstas porque se nos enfermarían los canarios. Además, las parejitas no deben cambiarse. Un canario nada más debe tener una canaria. Y una canaria nomás debe tener un canario. No es bueno andar cambiándoles de pareja.
Caro comprende que no le venderán canaria alguna. Está acostumbrada a que cuando alguien se dedica a vender algo lo vende a toda costa, sobre quien caiga, sin escrúpulos, por ganar dinero. Pero el caso con este matrimonio anciano es diferente. Le sorprende su actitud de tratar a los animales como si fueran personas pero la respeta y no insiste.
Habla de las begonias que la mujer le prometió la semana pasada y la anciana se incorpora con lentitud de la mecedora y entra a la casa. Mientras regresa, el hombre cuenta con detalles cómo hace algunos días a la mujer se le escapó un canario mientras les cambiaba el agua. Seguro se le fue por una rendija. Lo bueno es que, como no sabe volar, lo atrapamos de nuevo, dice la anciana tendiéndole las begonias.
Se disculpan de nuevo por no venderle la canaria. Caro les dice que a lo mejor tienen razón, que el canario se acostumbrará y se despide dando las gracias por las begonias. Más tarde, en un mercadito encontrará alguien sin escrúpulos que le venda una canaria a la que bautizará con el nombre de Amy.

jrmavila@yahoo.com.mx

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