PERÓN DE LA CASA Y ADIÓS A MI PADRE
Guillermo Berrones
Despiertas desabotonando el cáliz de tus flores que se abren en el blancor de tus destellos. Te rodea el aura de una pureza argentina bajo un cielo malva y escaso de nubes. Hay colibríes y mariposas amarillas y las abejas arman su festín de primavera. Se escucha la tonada de una canción apagada por la muerte. Los marineros esta vez partieron tristes de la ensenada. Ya nadie cantará sus aventuras. Las hojas vendrán después con la timidez de sus colores hasta atiborrar tu copa de esmeraldas esperando que madure el sabor antes de agosto. Hierve el sol y las peras son cuerpos de mujer que penden seduciendo al paladar de los que pasan por la calle y alzan la mirada para desearte. La cosecha es el ritual de manos al aire, de la dádiva, de alcanzar tus ramas vencidas por la entrega; de compartir con los vecinos el dulce jugo que nos regalas año con año, como las toronjas del huerto de Aldamas. Ya en el canto de los primeros vientos otoñales, las doradas mariposas de tus hojas irán cayendo en la mortandad de sus alas. La soledad se irá apiadando de tus despojos y yo me sentiré abandonado y triste porque ya no tengo padre. Morirás para renacer, pero mi viejo no regresará y quizás llore lo que no lloré cuando partió. O a lo mejor beba para enloquecer con sus recuerdos. Pero también puede que no haga nada, tengo ateridas las manos y un nudo atascado en la garganta. Sólo me resta mirarte y esperar que enero desnude tu pobre esqueleto y resistas las caricias del invierno. Las tortugas duermen el sueño hibernal cubiertas con la colcha de hojas oxidadas y las lombrices no se dan abasto en su tarea de descomposición. Pienso en la invasión de los gusanos devorando al que me dio la vida y no estoy yo para espantarlos, para gritarles que lo dejen descansar en paz, que no profanen su cuerpo, que no interrumpan su sueño, que no abusen de su ausencia. No hay quién te quiera, perón, en estos días. Y a mí tampoco. Los carpinteros picotean los postes de luz y una paloma se caga en lo alto de tus ramas. Tus brazos secos imploran humedad, pero hace frío. Y resurge el sueño de tumbarte, de talar el misterio de tu tronco envejecido para dar paso al porche, tan anhelado desde años. Un día de estos una plancha de concreto sustituirá tu sombra; tu desolada figura será un recuerdo fotográfico y yo estaré tan viejo como cuando murió mi padre ahogado en la añoranza de mi abuelo para el que siempre tuvo un recuerdo en cada noche. Ay, cuánta tristeza, perón, cómo duele tu fortaleza mermada por la estación. Oigo silbar el tren a lo lejos. Allí va mi padre y yo le digo adiós.
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