PARADOJA DE LO DESEADO
Miguel Velasco Lazcano
Es paradójico. Hoy miré una película de 1940 que el próximo 7 de febrero cumplirá setenta años, adaptada por un numeroso grupo de guionistas y dramaturgos que trabajaban para los estudios Disney: Aurelio Battaglia, William Cottrell, Otto Englander, Erdman Penner, Joseph Sabo, Ted Sears y Webb Smith, de un cuento que escribió semanalmente y a regañadientes, por petición de su editor durante un año, el escritor Carlo Collodi en el Siglo XIX.
Me refiero a Pinocho, una marioneta que cobra vida gracias al deseo pedido por Gepeto al lucero azul, donde vive el Hada Azul que le concede esa solicitud.
Comencé diciendo paradójico, porque donde reproduje esta película era un avanzado Blue-Ray capaz de generar la más alta definición en imagen, y en una pantalla para explotar esas características visuales que jamás el inmenso grupo de creadores de esta película habrían podido imaginar ni aún haciendo una película futurista en 1940, y menos aún, Carlo en el Siglo XIX.
Para mí fue sorprendente este día; quizá todo el fin de semana lo ha sido. Muy especial, muy conmovedor, muy loco, impulsándome a buscar dentro la fortaleza que tod@s tenemos. Así, tocado por esa cascada de acontecimientos, alguien me pidió ver Pinocho, a lo que me oponía mentalmente, pero respondí con una sonrisa hipócrita de oreja a oreja: “Claro, viniendo de tan lejos, por qué no”.
Cuando miro las caricaturas, series y películas infantiles (no todas, pero sí muchas) y observo cómo son tratados los niños tal cual seres inherentes a la inteligencia, me pregunto: ¿a dónde queremos llevar a los ciudadanos del futuro?; ¿acaso a ser ciudadanos iguales a nosotros o peores? Nadie elige nacer donde y en las circunstancias que ha nacido, pero tod@s tenemos la oportunidad de elegir qué consumimos y qué no. Ver dentro de lo moral que es Pinocho aún pequeño, buscador de emociones, explorador de chantajes y sobre todo receptor de ejemplos, me lleva al personaje que más amo de esta historia: Gepeto. “Si por cada niño hubiera un Gepeto, el mundo sería más humano y más justo”.
Gepeto, ese hombre solitario amando lo vivo, amando cada cosa viva que está con él, procurando el deseo y las necesidades del pez y del gato ¿Cómo no concederle su deseo de amar a alguien de carne y hueso? ¿Cómo no entregarle el corazón virgen de Pinocho?
Seguramente Carlo, el autor de Las Aventuras de Pinocho, amaba a la humanidad, por ello habrá sido un independentista activo de Austria, pero seguramente, como muchos humanistas, habrá tenido que vivir amando a su perro, a su gato, a sus flores o a su pez en un mundo donde aún, sin todo lo que existe en el Siglo XXI, buscar la bondad es la exploración más compleja, porque hay que enfrentarse al hondo dolor.
Pinocho, con su inocencia desesperante, con su deseo humano, me recuerda muchas cosas, pero Gepeto, él me estimula a ser, a la bondad y a la nobleza que provienen de ninguna otra cosa que el ser humano sin pretensiones absurdas ni deseos incoherentes.
Sonriendo a la visita y diciendo en esa mueca el subtexto: “Gracias por la elección”, me referí a mi catálogo de hoy casi obsoletos DVD’s, y traje: A.I. Artificial Intelligence, una película del 2001 perfectamente manufacturada por Steven Spielberg, ese cineasta que sólo él tiene la magia para equilibrar excelentes películas con churros de alta categoría, pero que nos ha ofrecido joyas como Tiburón o la Lista de Schindler, y sin duda ésta: A.I.
Basada en una idea que llevaba trabajando veinte años el único Stanley Kubrick, quien a su muerte dejo los drafts de este guión basado en la novela "Supertoys Last All Summer Long" de Brian Aldiss, A.I. se volvió guión cinematográfico gracias al guionista de televisión Ian Watson y al mismo Spielberg.
Pero A.I. tiene más que la adaptación de Pinocho a un niño robot del futuro que desea que su madre lo ame, A.I. contiene todas las aberraciones del hombre, todo lo que por acumular será destruido de este planeta, donde el caos se impondrá por encima de lo democrático y cualquiera de los derechos fundamentales de esas democracias, como en Haití. Cuando ese apocalipsis nos alcance, cada quien verá para su cada cual y no se tratará ya de asuntos del vecindario, sino de sobrevivencia. En ese futuro, incluso el hombre se ha vuelto tan insensible, que el sexo placentero lo otorgan máquinas con las que no hay necesidad de involucrarse humanamente.
A.I. refleja en David, el niño robot protagonista, a todas las cosas que el ser humano crea, cada vez más perfectas, cada vez más útiles y como el Blue-Ray, cada vez más cerca de nosotros ofreciéndonos esa perfección y cada vez, impresionándonos menos.
Cuando a mi casa trajeron el primer reproductor de CD, no hubo amigo que no viniera a conocerlo sorprendido. Cuando mi padre me platica de la televisión en México, me habla de un evento social que sucedía cada noche en la casa de algún vecino que tenía un aparato de éstos. Cuando a un pequeño hoy se le habla de tecnología, éste ya tiene la habilidad de usarlo a la perfección enseguida. Cuando un grupo de niños del futuro tiran en A.I. a David a la alberca, no están siendo sino el reflejo de lo que serán nuestros niños humanos carentes de sentir, lejanos a un Pinocho atraído por el mundo, e insensibles a todo sentimiento.
Vivimos en una sociedad capitalista y el consumo es la pieza fundamental de éste. Yo no lo niego ni me hace pensar que otros sistemas sean mejores o no. Como ya dije, yo no elegí la sociedad ni su sistema donde nací, pero me parece urgente volver a leer un cuento por las noches a los niños, me parece urgente la difusión de la cultura que sensibiliza a los infantes que son llevados al teatro, al cine, al ballet o a escuchar un ensamble o un concierto de cámara, porque si generamos ciudadanos del mañana sin esa sensibilidad, entonces sucederá lo que en A.I.: cuando el hombre logre crear un chip capaz de tener nuestros sentimientos, el hombre ya no los tendrá, y su incomprensión habrá llegado a tal grado que será incapaz de entender su misma obra, será incapaz de recibir el afecto que él creó, porque su corazón estará vacío. Entonces el mundo, con todo su futuro, se habrá quedado sin Gepetos.
velasco_lazcano@hotmail.com
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