Si se deja actuar libremente al hombre en la egoísta búsqueda de su interés, no obstante su naturaleza rapaz, una mano invisible convertirá su esfuerzo en beneficio de todos. “Pese a su natural egoísmo y rapacidad, el rico divide involuntariamente con el pobre el producto de todos sus artificios. Está manejado por una mano invisible para hacer casi la misma distribución de las necesidades de la vida que hubiera hecho una persona equitativa”, así enunció, por primera vez, el dogma liberal el ilustre escocés, Adam Smith, en su Teoría de los Sentimientos Morales.
Eso nos vienen contando. Cómo no. Llevamos más de dos siglos esperando que eso ocurra y por alguna razón, el dogma vuelve a fallar. El dinamismo del mercado, nunca termina así. Por el contrario, inevitablemente sobreviene la catástrofe, mediante cíclicas crisis económicas que generan, acumulación en unos pocos y pobreza, desigualdad, exclusión y muerte en los demás. Esa es la necia realidad que a algunos conduce a perder la fe. No basta creer para que suceda. La fe ciega es perjudicial sobre todo cuando se refiere a la conducta humana.
En la crisis mundial, la primera del siglo pasado, en los años treinta, se advirtió que dejar libre a la mano, en ocasiones, no daba buenos resultados. Intervenir para regular y acotar los naturales excesos que la libertina mano deja pasar, en ocasiones, dijeron, se vuelve acción ineludible de quien ejerce el poder: el Estado.
Correspondió a un inglés, John Maynard Keynes, advertir que aun cuando los hombres actúen de manera racional, producen -ellos, no la naturaleza ni sus leyes- catástrofes que se deben regular y resolver interviniendo. Así que, humanos al fin, necesitamos las dos manos para intentar vivir con equidad y para que la providencia nos ofrezca nuevamente la vida armónica, que nunca hemos alcanzado.
Sólo que usamos las manos alternadamente. En la bonanza, la mano de Smith, y, en la crisis, la mano de Keynes. Del liberalismo al estatismo y viceversa. El Estado interviniendo con ingentes recursos públicos para resolver la debacle del Mercado que el mito impidió ver venir y, hasta la próxima. Se trata de, en su momento, controlada la crisis, devolverle, una vez más, su lugar al Mercado. Y así, oscilar en el péndulo, sin atreverse a cuestionar el añejo dogma que nadie abandona ni somete a comprobación.
No se arriesgan a aceptar que se puede ser ambidiestro y que se pueden usar ambas manos a la vez, al mismo tiempo. Esquizofrénica, una de nuestras manos tiende a frenar, porque teme, lo que la otra hace y, se asusta de lo que hizo la que se anticipó.
Veamos la paradoja. Debemos dejar al Mercado en absoluta libertad. Este, resolverá cualquier irregularidad o efecto no deseado que se presente, a condición de que nadie intervenga. Sólo que, como nadie regula, vigila y evalúa, el Mercado entra en crisis por los abusos de la voraz naturaleza humana y ¡zas!: libertad – abusos – crisis – intervención - libertad…
Llegado el momento de tener que intervenir para rescatar lo que se pueda, el Estado mete mano para resolver los problemas que se crearon porque no la metió. Si mete la mano viola el dogma. Si no la mete, el dogma se conserva intacto pero se destruye el equilibrio entre Estado, Mercado y Sociedad, poniendo en grave riesgo su subsistencia y, se ve obligado a intervenir.
Preguntas: ¿por qué ocurrió la crisis financiera global?; ¿por qué nos volvieron a saquear los sacadólares? Respuesta: porque faltó regulación, control y vigilancia. Conclusión: pongamos entonces, los controles que el Estado debe operar. Respuesta: no, porque cualquier intervención estatal viola el sagrado principio de Libertad.
Acumular sin límite a costa del empobrecimiento de los demás, está en la rapaz condición humana, eso es natural, a lo más es inmoral, pero no delito, porque el Libre Mercado está sin regular porque su comportamiento también es natural. La mano invisible es natural. Eso nos cuentan los adoradores del dogma, confundiendo, perversamente, las leyes naturales que acaecen con fatalidad con las leyes humanas -las económicas lo son- que no tienen por qué necesariamente cumplirse y que podemos cambiar.
Así, el Libre Mercado deviene en ley cuasi divina de observancia universal, contra la que no se vale atentar, so pena de herejía y apostasía. La Inquisición. ¡Salve el dogma! ¡Fatal paradoja desconcertante! ¿Entonces? Las dos manos, claro está.
En países como el nuestro, el dogma original nos hace víctimas de otro cuento: el mito del desarrollo. Indebidamente se asoció el advenimiento de la democracia con el desarrollo y se elaboró la falsa ecuación: democracia – crecimiento – desarrollo – bienestar. Así, en automático. Hoy empezamos a sospechar que, todo eso, no funciona así.
Acabar con este otro mito, el del desarrollo obtenido por la derrama que hará la generosa mano invisible, implica reconocer que el libre mercado, ni siquiera en los ciclos de crecimiento y bonanza, garantiza en absoluto la equitativa distribución de los abundantes o escasos recursos existentes.
A lo anterior, habrá que sumar el hecho de que no todos los recursos son renovables y que por tanto el crecimiento tiene límites ecológicos que si no se respetan conducirán al suicidio de la humanidad y exterminio de la vida en el planeta. Me refiero, claro está, al desarrollo sustentable que no debe confundirse con el desarrollo depredador ni mucho menos con el crecimiento a ultranza que suponen, erróneamente, asociado a la democracia instrumental.
Pero éste es otro debate, aunque tiene que ver con ponerse la mano en el corazón.
claudiotapia@prodigy.net.mx
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