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HACIA UN COLECCIONISMO
INMATERIAL

Eduardo Ramírez

La presentación de los primeros 20 volúmenes de la colección Nuestro Arte, del Fondo Editorial Nuevo León, nos permiten reflexionar sobre algunos procesos que rondan el fenómeno artístico en el estado.

1. La colección de arte regional como imposibilidad
No deja de ser significativo que, a 60 años de fundación del Taller de Artes Plásticas, pilar del circuito plástico en Nuevo León, no haya en la ciudad una colección de arte regional amplia, representativa, bien catalogada, pública, razonada.

A 19 años de su fundación, la Pinacoteca del estado no tiene control sobre su propio acervo y la elaboración de su inventario, catalogación o establecimiento de un programa de adquisiciones, su revisión y estudio quedan a merced de los cambios políticos sexenales.

A la fecha contamos con una Pinacoteca fracturada: con sus bodegas en el Centro de las Artes y su dirección postal y espacio de exposición en el Colegio Civil, Centro Cultural Universitario. El “extravío” de 3 piezas de la colección Ramos Martínez, cedida al estado en comodato, es sólo un suceso que ha logrado publicidad y que evidencia el extravío en su manejo.

Otro acervo importante de arte regional lo tiene la Universidad, producto de su labor en la formación de productores desde los años 40. Pero, una vez más, la inercia de entender la cultura como labor de acopio y colección de objetos hace que se descuiden los procesos de estudio y resignificación del trabajo artístico. Prueba de esto es el intento de rescatar parte de este acervo en lo que, se dice, el primer volumen de su colección “Maestros Fundadores”, una edición apresurada, descuidad y que, a pesar de contar con un posgrado de Artes Visuales, no se acompañó con la mínima investigación.

Por el lado de las instituciones privadas, la situación no pinta muy distinto. Arte AC, la institución seminal del arte en la región, no puede enorgullecerse de su colección que yace abandonada en sus bodegas sin la menor intención de ser catalogada, estudiada o sometida a una muestra pública.   

El Museo de Monterrey (FEMSA), después de 23 años de actividad, y de que posiblemente sea sede de la más completa exposición de arte local, cuenta sólo con algunos trabajos de productores locales diluidos en una colección cuya intención y estética central (arte mexicano y latinoamericano moderno) están dirigidas a interlocutores nacionales e internacionales.

MARCO, a pesar de que ha hospedado exposiciones individuales de artistas como Míriam Medrez, Alberto Vargas, Jorge Elizondo…; a pesar de que recurría a algunos de ellos para procurarse fondos vía subastas en sus primeros años; a pesar de que Julio Galán ganó el primer Premio Marco y de que está preparando una exposición de arte joven local, no cuenta con una política expresa de coleccionismo hacia la producción regional.

Este rosario de intentos de coleccionar arte regio pone en evidencia la ineficiencia de las instituciones locales en su función de promoción del arte de la región y debe tomarse como una alerta o denuncia de las políticas culturales que hacen del coleccionismo un mero artefacto cultural.

Lo grave de esta carencia de una colección de arte regional pública, accesible, deja un hueco en los procesos sociales de tomar conciencia, reflexionar, interpretar o reinterpretar las experiencias que privan en nuestro entorno, a través de las producciones visuales.

Un proyecto editorial como el que, con estos 20 tomos propone Nuestro Arte, si lo consideramos el pie de una colección de arte regional, accesible, amplia, acompañada de su valoración crítica, ¿podría constituirse en el material que despierte la reflexión sobre procesos de identidad más amplios que los que ahora se establecen entre la producción artística casi desconocida y sus públicos?  
    
2. El proceso de la desmaterialización de la cultura
A partir de los noventa la industria del estado se vio sometida a un proceso en el que pasó de una planta instalada mayoritariamente en el territorio del estado hacia una exitosa inserción en la economía mundial a través de alianzas estratégicas con empresas extranjeras dentro y fuera del territorio nacional en tres etapas: diversificación hacia giros no tradicionales; integración y consolidación de sus cadenas  productivas al crear nuevos eslabones en asociación con empresas extranjeras y, en los primeros años del siglo, se desarrolla hacia la innovación tecnológica como factor determinante de competitividad.[1]

Estos tres procesos implicaron la desterritorialización y la disolución de la planta productiva hacia nuevos espacios y la importancia de los valores informáticos y financieros más que de la producción material. Paralelamente a esta reconversión tecnológica, productiva y financiera, en el ámbito de la cultura se da un proceso similar de desmaterialización.

El establecimiento de la Bienal Monterrey-FEMSA (1991) y el posterior cierre del Museo de Monterrey (2000) podrían leerse como parte de ese proceso de desterritorialización.

Estas dos estrategias tienden: 1) a desligar su ámbito de influencia de la localidad para buscar la influencia nacional, la bienal por su convocatoria, el cierre del museo con la repetición de las exposiciones en distintos museos del país; y, 2) estos dos eventos son paralelos a las estrategias comerciales de FEMSA de expansión hacia Latinoamérica y la adquisición de la colección de arte latinoamericano Windows South (1992) y la actual expansión de la bienal a la invitación de productores brasileños.
           
Esta desmaterialización de la economía corresponde a las características del capitalismo cultural en el cual la cultura se vuelve productiva (como industria cultural y como fuente de inversión) y el proceso económico se desmaterializa y toma características de la cultura (producción de experiencia y trabajo flexible). 

Este proceso de desmaterialización de la cultura, simbolizado en el cierre del Museo de Monterrey, y la coincidencia de que su última exposición fuera una revisión del arte regional en el siglo XX (100 años, 100 artistas), ¿puede leerse como una nueva forma de hacer cultura que se desliga de su arraigo con la territorialidad y con su entorno directo?

¿Qué implicaciones tendría que este museo de papel, es decir, esta colección desmaterializada que representan estos tomos de Nuestro Arte, fueran esta nueva forma de promover y estudiar del arte de Nuevo León, por parte del gobierno del estado (UANL, FENL)?
 
3. Cómo volver nuestro, Nuestro Arte
Si esta colección de catálogos de productores de la región asume la función de llenar el vacío de colecciones y utiliza las cualidades de la tecnología de reproductibilidad y la tendencia del capitalismo cultural para utilizar las características de la cultura desmaterializada, ¿cuáles son los retos que enfrenta?

A pesar de que esta tendencia a la desmaterialización hace evidente que lo esencial son los procesos sociales, más allá de los objetos que los materializan, el estado parece seguir preocupado más por proyectos de producción editorial que por programas de fomento a la lectura llegando a la aberración de embodegar, vender por kilo o quemar los libros editados con fondos públicos.

Así, el primer reto al que se enfrenta la edición de esta colección de Nuestro Arte va más allá de producir objetos (sea un libro o un documento digital) que hagan accesible el inventario de obras y textos propios de nuestra región. Su reto será generar procesos que promuevan su lectura, su existencia viva en nuestra sociedad.

Los programas culturales del estado más que afirmar un esquema jerárquico de la cultura, deben servir para construir democracia cultural.

Es decir, no basta con seleccionar un grupo de obras de autores reconocidos, acompañarlos con textos representativos; no basta con tener el cuidado de generar ediciones limpias, de grato diseño; no basta incluso, con poner en la red la colección íntegra; si todo esto no se acompaña por programas que divulguen estos objetos, que los desobjetualicen y los conviertan en diálogo, identidad, para toda la comunidad.
De nada sirve hacer este “museo de papel” si estará tan solitario como muchos museos reales. Lo que el arte local necesita no es sólo un museo inmaterial, sino arraigarse en el proceso de producción de sentido social.

Para que cada una de estas piezas, de estos libros, llegue a ser Nuestro Arte no basta con dotar a todas las bibliotecas del estado con ejemplares de esta colección, sino hacer programas que dentro de las aulas les permitan a los niños volver estas imágenes, estos discursos, tema de sus conversaciones y sus juegos.

Desafanarse del proceso del capital que primero es acumulación de objetos, luego es dinamismo de flujos financieros, para regresar a ese origen del noreste en el que los objetos son un mero pretexto para dar lugar a las prácticas sociales que siempre han dado sentido a nuestra cultura.

Si acaso hay algún sentido en esta reflexión que el arte nuestro propone, es revalorar los procesos sociales que generan nuestra cultura y dejar de admirar los objetos en los que esta modernidad mercantil nos ancla y desgasta.
 

[1] María de los Ángeles Pozas, Las grandes empresas regionales frente a la economía global: dos décadas de adaptación y cambio. p.115

Eduardo Ramírez es crítico de arte. Ha sido becario de la Fundación Jumex y del Centro de Escritores de Nuevo León. Premio de Literatura Nuevo León 2008, con el poemario Círculo de ceniza. Este año aparece su libro El triunfo de la cultura, Uso político y económico de la cultura en Monterrey (2009).

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