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FEOS CON LABIA
Valeria Fele
Hasta qué punto tenían razón las tres brujas que en el primer acto de Macbeth, entre truenos y relámpagos gritan: “Lo bello es feo y lo feo es bello…”
Tal sentencia da para mucho: ¿Qué es lo bello? ¿Qué es lo feo? ¿Existe lo uno sin lo otro? Usted siga. Mientras tanto, no podemos ignorar que a todas luces, conocer ese tipo de frases le da a uno la palabrería necesaria para, sino convencer, al menos sí confundir al objeto del deseo. Sí, la labia ayuda y mucho.
Hombres feos han existido siempre, algunos, los más afortunados, han nacido con la gracia de la elocuencia y la sensibilidad necesaria para contrarrestar su fealdad a través de su oficio. Literatos, músicos, pintores e intelectuales se encuentran en esa lista.
“Si me he convertido en filósofo, si he buscado tan insistentemente esa fama que aún espero, todo ha sido básicamente para conocer mujeres”: Jean Paul Sartre.
A esa última categoría –la de los intelectuales– perteneció Jean Paul Sartre, quien gustaba de enamorar a virginales chicas preparatorianas bajo el consentimiento de su compañera Simone de Beauvoir –que en ocasiones también intimaba con ellas.
En 1981, un año después de la muerte de Sartre, Simone de Beauvoir escribió un libro llamado Adieux: Una despedida a Sartre, en el que publica una serie de conversaciones que mantuvo con Sartre durante 1974. Algunas, pese a haber sido sostenidas entre dos adultos que aceptan una relación abierta, no dejan de ser dolorosas –incluso para el más existencialista.
De Beauvoir: ¿Alguna vez se ha sentido atraído por una mujer fea?
Sartre: Verdadera y completamente fea, no, nunca.
De Beauvoir: Se podría decir que todas las mujeres que le han gustado, han sido notablemente hermosas o al menos muy atractivas y encantadoras.
Sartre: Sí, en nuestras relaciones me ha gustado que las mujeres sean hermosas porque ha sido una forma de desarrollar mi sensibilidad. Se trata de valores irracionales –belleza, encanto, y así sucesivamente, o si gustas racionales, siempre que soporten una interpretación o una explicación racional. Pero, cuando amas el encanto de una persona, estás amando algo que es irracional, aunque en el terreno de las ideas y de los conceptos el encanto se explica en un nivel mucho más intenso.
De Beauvoir: ¿No ha habido mujeres que encuentre atractivas por razones que no estén estrictamente relacionadas con cualidades femeninas –con fuerza de carácter, algo más intelectual y mental que esté por encima de todo el encanto y la feminidad? Existen dos en las que estoy pensando.
Sartre era un hombre de baja estatura (1.55 mts.), con estrabismo en el ojo derecho, halitosis y sin ningún sentido de la moda. Tenía –como ha dicho Louis Menand en The New Yorker, el tipo de fealdad masculina que logra ser carismática y además, sabía disfrazarla estupendamente con su discurso. También era inteligente, generoso, agradable, ambicioso, apasionado y muy gracioso. Las palabras fueron siempre su arma de seducción. “Me atraía mucho su encanto, su temple, su delicadeza y su inteligencia”, escribió Bianca Bienenfeld en 1933 en su libro Un Desafortunado Affair, en donde cuenta cómo fue que Sartre la sedujo. Simone de Beauvoir presentó a Bianca (una hermosa joven polaca, hija de refugiados judíos en Francia) con Sartre cuando ésta era su alumna y tenía sólo 16 años, inmediatamente Sartre comenzó a cortejarla hasta que logró convencerla de encontrarse en un hotel en donde, luego de hacerle el amor, le contó que el día anterior le había quitado la virginidad a otra joven.
Tiempo después, el psicoanalista de Bianca Bienenfeld culpa a Sartre y a Beauvoir de provocarle un colapso nervioso a su paciente al haber establecido primero una relación cuasiparental y luego, por así decirlo, romper con el tabú del incesto al haberse acostado con ella. El psicoanalista, por cierto, era Jaques Lacan.
“La fealdad tiene algo de superior a la belleza: dura más”: Serge Gainsbourg.
Serge Gainsbourg, el último enfant terrible de la Chandon francesa fue un feo artístico y sexy. Por su vida pasaron las mujeres más hermosas de Francia en los años sesenta: la deseada Brigitte Bardot, con quien grabó la escandalosa primera versión de Je t´aime, moi non plus, y la delicada Jane Birkin, con quien se casó y tuvo una hija, Charlotte; en los años ochenta, ya separado de Birkin se casa con Carolina von Paulus, alias Bambou, una modelo de 20 años que le daría su último hijo, Lulu. Sin dejar de mencionar al resto de sus famosas amantes: Isabelle Adjani, Vanessa Paradis y Juliette Greco.
Gainsbourg fue un hombre de fealdad ostensible, defecto –o en su caso virtud- que le llevó a escribir las canciones de amor más misóginas y tiernas que jamás una mujer tan encantadora como Jane Birkin cantó. Todo tiene su origen en los primeros encuentros sexuales que tuvo el joven Serge Gainsbourg con prostitutas incomprensivas y poco profesionales. “Se burlaban de él, lo que le hacía sufrir muchísimo, por eso más tarde se vengó consiguiendo a las mujeres más bellas de Francia”, cuenta –la que en palabras de Gainsbourg fue el amor de su vida, Jane Birkin, en Serge Gainsbourg. La biografía (Mondadori 2007), escrita por la periodista británica Silvie Simmons.
El look dirty chic de Gainsbourg encontraba su complemento absoluto cuando éste se sentaba ante el protagónico piano negro Stenway de media cola que esperaba ser tocado en el vestíbulo de La Casa Negra de Gainsbourg, ubicada en el 5 bis de la Rue de Verneuil en París y que él mandó construir en 1967 para Brigitte Bardot. Entre humo de cigarrillos Gauloises y un centenar de botellas de Pastis ( pronúnciese Pastí, licor perfumado al anís típico de Francia con 40-45% Alc. Vol.), Serge Gainsbourg enamoró y se enamoró de mujeres bellísimas que encontraron sumamente fascinante el aspecto malcriado y grotesco que lució hasta su muerte en 1991.
El sociólogo español Enrique Gil Calvo escribe en su libro Máscaras masculinas. Héroes, patriarcas y monstruos (Anagrama), lo que podría haberles dotado de tal atractivo a los feos: “Hay mucha gente en exposición y cada vez es más difícil ser original (…) y lo inimitable está en la exploración de lo feo. En crear una copia sin par, ya que la belleza es fácil de copiar e imitar.”
Resaltemos la importancia de la fealdad por su incomparable aportación en las artes; pensemos que si Jean Paul Sartre no hubiese sido tan feo, seguramente no existiría El Ser y la Nada, porque para lograr esas reflexiones se necesita partir de un estado en el que lo que menos importa es uno mismo. No es fortuito que muchos de los más grandes artistas que ha visto la humanidad han sido feos, débiles o enfermizos. Agradezcamos pues, la incomplacencia de la genética, su margen de error, los genes recesivos, y la extraordinaria fuerza intelectual con la que contrarresta la poca gracia física que ha logrado.
* Lee+ (Gandhi)
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