ÓPERA PRIMA
En Ópera prima creemos firmemente en el talento local y tenemos por objetivo difundir las letras que actualmente habitan los talleres de la ciudad. En esta ocasión ponemos a su consideración el cuento “Manos de piedra”, del tallerista Eduardo Benítez. Se reciben sus comentarios, sugerencias y críticas.
MANOS DE PIEDRA
Un tiempo me sentí toda suya y a él, lo sentía mío. Dos novios que andaban por todos lados tomados de las manos, de las caderas o de las bolsas de los pantalones. Siempre tomados de alguna parte de nuestro cuerpo. Esa sensación de sentirlo conmigo. Inseparable. Disfrutaba el poder caminar por la noche en la calle junto a él y con él . Siempre él.
Terminaba rendida a sus brazos que me sujetaban justo donde me tenían que sujetar, para que después su lengua me insinuará imágenes en mi oído. Ya nos encontraríamos rumbo al primer sitio disponible: la casa de sus padres a solas, la casa de su amigo o si estábamos en alguna fiesta, cualquier rincón para dos. Nunca fuimos a un motel, primero porque no teníamos dinero para gastar tanto y tan seguido, aparte, porque siempre desconfiamos de esos sitios.
Apenas cerraba la puerta y ya me tenía cargada, llevándome a la cama, y Yo, mordiéndole el cuello y rasguñando su espalda como una gata que se aferra a no caer. Con sólo ver sus ojos que se clavaban en mi cuerpo, simplemente me quedaba quieta a merced de sentir como me recorría con su lengua, sus manos y con cada parte posible. Me penetraba con toda la fuerza de su cuerpo y yo lo recibía abierta como libro, dispuesta sentir, a captar todo y no dejar escapar nada de él.
Una, dos, tres veces. Cuanto la vida nos pudiera dejar. Aún y cuando no siempre llegara a sentir el orgasmo como punto final. Me sentía sin huecos.
Esa época fue total. Todo éramos nosotros. Sentíamos que las ganas eran eliminadas después de los dos. Realmente rendíamos nuestros demonios. Los saciábamos hasta dejarlos dormidos.
La noche de la entrega del anillo de compromiso. No tenía nada qué pensar. Era ser consecuente conmigo misma. Le di un sí para siempre, uno que él ya conocía. Incondicional.
Éramos un matrimonio joven de edad y de ganas. La pasión había tomado una madurez en una cama como escenario, pantalla, templo y punto de reunión.
Después de nuestro primer hijo, él no veía como antes mi cuerpo.
Sus manos eran lentas. Toscas. Me penetraba, él cerraba sus ojos y yo sólo veía sus ojos cerrados. Un silencio lleno de palabras.
El ritmo se acabó. A destiempo. Su lengua se perdió en el momento que dejó de abrir su boca al hacerme el amor. Ya no era esa víbora que arrancaba todo de mí.
Yo ya no lograba entrar en juego. Parecía que no le importaba el cómo, sólo el poder terminar y sentirse vacío. Yo ya no sabía qué me importaba. No sé, quizás ya todo es como seguir un libreto y esperar. Sé que ya no somos los de antes. Eso no lo dudo. Creo que le cuesta tocarme. Sus caricias ya no se sienten. Tocan, pero no sienten.
Lo extraño, sin duda. Pensar que éste era nuestro refugio, que el tiempo no contaba, sólo las veces que lográbamos terminar y dejar la sonrisa llena. No recuerdo cuándo fue la última vez.
Me está viendo, lo sé. Como si no lo conociera. Sé que no me dirá nada, ni yo a él. Me extraña, aunque se esté dando la media vuelta, abrace su almohada y no a mí. Me basta con verlo, tenerlo cada noche a mi lado y sentirlo atrás de mi. Aunque esté de espaldas, Yo sé que me siente. No es igual sentirlo dentro a tener que ir a la regadera e imaginar que le quito sus manos de piedra y me vuelve a tocar como antes. Pero aún así, lo siento mío.
Eduardo Benítez Tamez
Nació en Monterrey, N.L. en 1986.Ingeniero Industrial de profesión. Escribe cuento y poesía. Lo han publicado en la revista Oficio, AN-ALFA-BETA, Letras Falsas y Contrafuerte. Ha cursado el Diplomado en Literatura del Noreste en la Casa de la Cultura de Monterrey, N.L.
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