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PECAR CON PLACER
Miguel Velasco Lazcano

Cuando la religión inventó Los Mandamientos, el ser humano había vivido los placeres de pecar desde sus inicios. Pecar para mí es subjetivo, pues yo no sabría decir o explicar qué es porque no peco: hace mucho decidí paganamente estar libre de culpas por la eternidad. En ese contexto lo único que me queda por definir es lo racional.

Para los dogmas de la religión pecar podría definirse en una sola cosa: el exceso. Históricamente existen muchas teorías respecto de las censuras de pecar, entre ellas por el exceso de natalidad a cusa de la vida sexual precoz en la vieja Roma, políticas para asumir un control geográfico con sus cruzadas y mágicas y fumadas para vender libritos tontos de 500 páginas que la gente compra por ignorancia.

Lo cierto es que desde que se fundo el reino de los cielos en la tierra, existe el feudo del temor y con él la famosa culpa, ese sentimiento que acompaña a las personas haciéndose preguntas con juicio de valor: ¿Es correcto? ¿Es moral? ¿Es malo? Y un sin fin de reflexiones que acompañan a los novatos en sus primeros arrebatos de rebeldía y a los viejos que al ver llegar su fin corren a misa de seis para alcanzan la puerta de cielo rezado mil padres nuestros.

Sentir culpa es sentir que la condición humana es incorrecta, sentir culpa es darle pie a la autocensura, ésta más peligrosa y dogmática pues va intrínseca en el día de las personas impidiéndoles elegir libremente.

Suponiendo que fuera más que un irreverente de los temores un rebelde, no tendría problema en aceptarlo porque no coincido con la censura dogmática, pero tampoco con la libertad estúpida; sé dónde estoy pisando y conozco la transgresión ominosa generadora de dolor.

La pregunta, nada novedosa, es, ¿Por qué aceptar a quienes viven una vida creyendo que su dios les perdonará todo? Esos que luego de leer su librete de 500 hojas son omnipotentes en su microuniverso tomando decisiones, impidiendo que crezca el de al lado, arrebatando, cegados de sí y hostigando psicológicamente a todo débil o necesitado que se cruce en su camino.

Invitar a pecar entonces no es invitar al exceso, es invitar a la libertad pues el exceso está implícito en nuestra condición y ni con mil reglamentos celestiales reguladores de nuestra moral podría cambiar. Invitar a pecar es invitar a elegir libremente y no invitar a infligir dolor en otros por no creer en la gracia de dios. Invitar a la libertad no es invitar a la inconsciencia colectiva de que mientras mi Zen este bien el de los demás chido one y cada loco con sus clases de yoga. Invitar a pecar es dejar ser y hacerse parte del entorno, invitar a pecar es dejar el miedo a un lado y disfrutar lo que va llamándonos por la vida, porque quien termina su vida en misa de seis y luego se va a Alcohólicos Anónimos a que le aplaudan por contar sus atroces historias en que hizo vivir el dolor a otros por estar enfermito nunca supo disfrutar la vida, pues quien siente que algo hizo mal todo el tiempo estuvo pensado que no era correcto, y lo único incorrecto es verse al espejo y saber que no se está en paz.

Acabar con la vajilla en un impulso; ser radicalmente imperativo en decisiones estúpidas es sano hasta el punto que uno lo disfrute, porque cuando la culpa le llega a la vida de alguien lo mejor que puede hacer es quedarse en su casa donde los placeres del exceso que vivimos los demás no le llamarán, donde la situación no lo expondrá a recibir un llamado de sus entrañas a vivir. Y para todo lo demás: Master Card. Así de libre, así de pecador.

Dedicado a todo el que sienta miedo o comience a arrepentirse de lo que sea que es.

mvelasco@cablevision.net.mx

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